Premios Princesa de Asturias

La España democrática arropa al Rey

Hace sólo un año, aunque parece que habláramos de un tiempo remoto, tal ha sido el vértigo político, que la sociedad española, con su Rey a la cabeza, conjuró el ataque más grave que ha sufrido nuestra democracia desde la intentona del 23 de febrero de 1981. Si entonces, la solemne ceremonia de entrega de los premios «Princesa de Asturias» trascendió, necesariamente, el escenario del Teatro Campoamor de Oviedo, con una clara y rotunda defensa por parte de Su Majestad de la unidad de España y la advertencia de que el inaceptable intento de secesión de una parte del territorio nacional sería resuelto por medio de sus legítimas instituciones democráticas, ayer, reconducido el conflicto y vencida la amenaza, Don Felipe VI quiso realzar con sus palabras la próxima efeméride redonda de la Constitución, que cumple 40 años, y que refleja los grandes valores de libertad y democracia que conforman la nación española. Si alguien pensaba que Su Majestad iba a caer en el error pueril de responder a provocaciones banales, que sólo retratan a quienes las hacen, habrán comprendido su falta de percepción de la realidad política, social e institucional española, cuyos máximos representantes, comenzando por la presidenta del Congreso, Ana Pastor; el presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes; la nutrida representación del Gobierno que envió a Oviedo a la vicepresidenta, Carmen Calvo, y a los ministros de Asuntos Exteriores, Josep Borrell; de Sanidad, María Luisa Carcedo; de Ciencia y Universidades, Pedro Duque, y de Transición Ecológica, Teresa Ribera, así como la presencia de los líderes del Partido Popular, Pablo Casado, y de Ciudadanos, Albert Rivera, supieron poner de manifiesto el respaldo de la sociedad española al Jefe del Estado. Es cierto que la figura de Su Majestad y la institución monárquica que encarna viene siendo objeto de una serie de ataques por parte de la extrema izquierda populista, agrupada en Podemos, y de los partido separatistas catalanes, que ven en Su Majestad, como no podía ser de otra forma, el más caracterizado garante de la soberanía nacional y las libertades democráticas de los españoles, derechos constitucionales que ellos han pretendido atacar. Si en el caso de los independentistas estamos ante la lógica del golpismo, la actitud de los nuevos comunistas hay que enmarcarla en una estrategia electoralista, nada original, por cierto, que coincide con los separatistas en lo que tiene de desgaste del régimen democrático. Pero sin quitar de un ápice de gravedad a lo que supone que una institución del Estado, como es el Parlamento autónomo de Cataluña, permita el desahogo de una reprobación a Su Majestad, acción que debe ser corregida de inmediato, lo cierto es que la Monarquía está firmemente asentada en la realidad política e, incluso, afectiva, del pueblo al que representa. Ayer, pues, en el Teatro Campoamor, el Rey plasmó el elogio de los galardonados desde la convicción de que los grandes ideales y los grandes principios siempre permanecen como un faro de esperanza y libertad. A este respecto, Don Felipe destacó que valores como el conocimiento, el altruismo, la superación personal, la voluntad y la determinación de alcanzar una existencia mejor son lo que deben asentarse y fructificar en nuestra sociedad. En cierto modo, son los mismos valores que impulsaron, hace cuatro décadas, nuestro proyecto constitucional, la gran obra del pueblo español, resaltó Don Felipe VI, fruto de la concordia entre los ciudadanos, unidos por un profundo deseo de reconciliación y de paz. Es la misma Constitución, votada en referéndum, que devolvió a los españoles su libertad. La misma que algunos pretenden inutilmente derribar, porque representa la democracia y la libertad de la Nación.