Cataluña

La gran manipulación del 1-O

Fue el presidente vicario de la Generalitat, Joaquim Torra, quien mejor ha descrito el momento político que vive Cataluña. «Apretad, hacéis bien en apretar», animó a los llamados Comités de Defensa de la República (CDR), grupos de acción que se han adueñado de la calle y que no dudan en utilizar la violencia cuando alguien les impide campar a sus anchas. No hace falta que intervengan los Mossos d’Esquadra: son ellos los que se encargan de mantener el orden público e impedir que se manifiesten los no independentistas. A estos «amigos», como así los reconoce Torra, les pidió que no aflojasen, y así lo demostraron ayer, cortando calles, autopistas, vía férrea del AVE o quitando la bandera nacional de la delegación del Gobierno en Gerona ante la pasividad de la policía autónoma. Es decir, quien defiende a los CDR es la máxima representación del Estado en Cataluña. Ese es el problema. Con el apoyo del presidente de la Generalitat actuaron ayer con total impunidad, lo que evidenció que el actual Govern persiste en un golpe con el que creen tener la legitimidad, en el nombre del pueblo de Cataluña, de romper con todas las normas democráticas. Pedro Sánchez debería dar cuenta de la situación que vive Cataluña, con un presidente que llama a la violencia. Sería un motivo suficiente para que la oposición pidiera la comparecencia de Torra en sede parlamentaria, pero no hay que olvidar que el Parlament está cerrado. Las instituciones democráticas han desaparecido de Cataluña. Celebrar el 1-O en estas circunstancias sólo muestra la ceguera, el mesianismo y la gran irresponsabilidad de los dirigentes de la Generalitat, incapaces de afrontar lo que supuso aquella jornada, ni explicar a la ciudadanía, o por lo menos a sus afines, que fue un error y, algo peor, un asalto al orden democrático. Por contra, persisten en exaltar un victimismo que, en poco tiempo, se acabará convirtiendo en el acto fundacional de la inexistente república catalana. En eso ha acabado el «proceso»: en una gran manipulación sentimental donde el uso de la mentira se ha impuesto en una administración que ha renunciado a gobernar. No deberían olvidar los que tan fielmente siguen las pautas del guión del independentismo, que el 1-O fue la consecuencia de la aprobación en el Parlament, el 6 y 7 de septiembre, de una serie de leyes que supusieron la ruptura con el orden constitucional. De aquella jornada debería estar avergonzado el pueblo de Cataluña al que se invoca. Los activistas del nacionalismo, sus bases y sus votantes más fieles, ni se inmutaron y aceptaron la ilegalidad –o la ignorancia de ella– como la vía que debía seguir el «proceso». En realidad, el resultado del referéndum tuvo menos importancia que lo que se quería provocar con él. Hasta los «observadores internacionales» formaban parte de la tramoya de un simulacro en el que lo que realmente contaba no era el resultado –por descontado, favorable a la causa–, sino provocar un acontecimiento: el Estado reprime al pueblo de Cataluña. Ha pasado un año y desde entonces las terminales nacionalistas no han cejado en aprovecharse de aquellas imágenes, manipularlas y fabricar un relato ante el mundo, cuando los ciudadanos fueron utilizados como una verdadera «carne de cañón» con el único interés de, en el peor de los casos, doblegar al Estado, aunque todo quedó en una farsa que acabó con la huida del líder de la insurrección. Sánchez debe explicar en las Cortes cómo es compatible que la Generalitat reciba hace una semana 1.459 millones de euros para inversiones e infraestructuras, de los que 700 millones son para financiar a los Mossos d’Esquadra, una policía que permite que se actúe contra el orden democrático.