Pactos electorales

La impostura de Albert Rivera

La Razón
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No debería sorprender al presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, que un número creciente de electores se encuentre desconcertado ante su actuación en el fiasco de la investidura de Pedro Sánchez. Si bien parecen claros los motivos del candidato socialista, empeñado en salvar su carrera política tras haber cosechado un resultado electoral desastroso, no es fácil adivinar la intención oculta del líder de la formación naranja al tratar de bruñir un acuerdo de mayoría contra toda lógica –tanto aritmética como política–, a menos que sólo buscara mejorar sus opciones ante el probable escenario de la repetición de las elecciones. Nos hallaríamos, entonces, ante una impostura que invalidaría el discurso de responsabilidad y sentido de Estado que viene exhibiendo desde que decidió unir su suerte a la de Pedro Sánchez, algo que, sin duda, acabará por pasarle factura. De ahí que no encontremos más que dos interpretaciones posibles a este sinsentido: o Rivera actúa por un frío cálculo electoral, con independencia de la defensa de los intereses generales que tanto blasona, o ha incurrido en un error de concepto clamoroso, impropio de quien ya lleva más de una década en política. De hecho, sólo desde un voluntarismo que raya en lo absurdo podía Albert Rivera creer en la posibilidad de que el ganador de las elecciones y presidente del mayor partido de España, Mariano Rajoy, renunciara a su triunfo y entregara graciosamente el gobierno a Pedro Sánchez, quien, dicho sea de paso, había cometido el mayor desprecio hacia los votantes del Partido Popular que se recuerda, cuando puso al PP al mismo nivel que Bildu, equiparando a una formación impecablemente democrática, defensora de los derechos individuales y de la Constitución, con los representantes de los proetarras. No tiene, pues, Mariano Rajoy responsabilidad alguna en la actual situación de «impasse» político, por más que el líder de Ciudadanos, en una estrategia incomprensible, pretenda transferir las culpas al presidente del Gobierno en funciones, incluso con la pretensión de dictar a los populares cómo deben gestionar internamente su partido. Muy al contrario, los hechos refuerzan la apreciación de que el candidato socialista era muy consciente de que carecía de los suficientes apoyos parlamentarios cuando se ofreció a Su Majestad para intentar la investidura. Ciertamente, Pedro Sánchez ha quedado reforzado frente al sector crítico del PSOE, con lo que, al menos, cumple uno de sus objetivos, pero es muy dudoso que la apuesta haya beneficiado en algo a Albert Rivera, incluso en la hipótesis de que sólo haya pretendido apropiarse de la representación del centro político para ampliar su base electoral. Fundamentalmente, porque su seguidismo de las maniobras del candidato socialista, que ya se permite el lujo de contar como propios los 40 escaños de Ciudadanos, no sólo le sitúan ideológicamente en la órbita del PSOE, al que sirve de muleta, sino porque corre el riesgo de quedar marginado ante un posible, aunque improbable de momento, giro estratégico de Pedro Sánchez, que le llevara a ceder ante algunas de los condiciones de Pablo Iglesias y, necesariamente, de los nacionalistas. Y, desde luego, no sería responsabilidad de Rajoy si, a la postre, se produjera la entrada en las instituciones de la extrema izquierda antisistema, con las consecuencias negativas que se pueden prever. La responsabilidad sería del PSOE, sí, pero Albert Rivera también llevaría su parte.