Cataluña
La quiebra de Artur Mas
Hace un año, Artur Mas recogió los frutos amargos de su enésimo error político en el diagnóstico y en la respuesta a lo que la sociedad catalana demandaba y necesitaba. Las elecciones autonómicas, convocadas caprichosamente por el presidente de la Generalitat con la intención de que la ola separatista le propulsara hasta convertirle en líder indiscutido e indiscutible de Cataluña, se convirtieron en una pesadilla para él y su partido. CiU pasó de 62 diputados a 50 y se vio sometido por necesidades de la aritmética parlamentaria y de la fragilidad política a los designios de ERC y de su líder, Oriol Junqueras. Este año, Artur Mas ha sido incapaz de interpretar adecuadamente las preocupaciones de los catalanes, de atender a sus necesidades y de gestionar, en suma, una comunidad autónoma con graves dificultades. Su acción de gobierno se ha limitado a explotar lo que ha considerado el filón separatista. El resultado ha sido una caída libre en la intención de voto de su formación que, según el último sondeo del CEO, se redujo a 34-36 escaños, por detrás de ERC, que sería la fuerza más votada. A la descomposición política de un partido que abandonó sus señas de identidad históricas y el discurso que le convirtió en una fuerza vertebradora en Cataluña, enclavados en un catalanismo moderado, se ha sumado el fracaso de una actuación económica, con una Administración incapaz de afrontar sus obligaciones de pago y generadora de un endeudamiento muy importante. El deterioro de los servicios y prestaciones sociales será parte también del legado oscuro de Artur Mas. El alcance del colapso financiero quedó retratado en el volumen de los fondos que el Estado ha tenido que inyectar para sostener los servicios públicos y atender a los proveedores en Cataluña y que ha superado los 20.000 millones de euros. El retrato del día a día de los catalanes en este último año no ha sido el del delirio secesionista de su Administración, sino el del esfuerzo y el sacrificio para salir adelante sin que su clase gobernante más cercana estuviera donde debía y arrimara el hombro. Artur Mas se convirtió en un problema para los ciudadanos de Cataluña hace mucho tiempo y parece imposible ya que sea parte de una solución. Más bien parece decidido a ser el maquinista que guíe el tren a la colisión. Esperar a que recapacite y a que escuche mensajes como el del gobernador del Banco de España, Luis María Linde, que pronosticó que la independencia sería «muy mala» para Cataluña, que «sufriría mucho», es hoy una quimera. Los últimos doce meses han supuesto una notable regresión de la situación en la comunidad, y un empeoramiento en la calidad de vida de la gente. Artur Mas es el primer responsable de ello, pero no el único. Lo peor es que, lejos de asumir el balance como un reproche, lo envuelve y lo presenta como un logro. Tan alejado está de la vida real.
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