Campaña electoral
La realidad de Rajoy se impone a los eslóganes de Sánchez, Iglesias y Rivera
El debate de anoche dejó patente que hay una fuerza con un programa de gobierno claro y conocido, con medidas concretas que ya han sido puestas en marcha y un proyecto de país, en políticas sociales y en organización territorial. Nadie puede decir que desconoce qué quiere hacer el PP. Ese conocimiento jugó a favor de Mariano Rajoy porque hay datos objetivos que no pudieron ser rebatidos: la situación de España es mejor que la que heredó a su llegada a La Moncloa. No es poco. Por otra parte, hay dos partidos que parecen empeñados en destruirse mutuamente, PSOE y Podemos, para mantener la hegemonía dentro de la izquierda, aunque ambos sean aliados objetivos y se necesiten para seguir manteniendo pactos de gobierno en comunidades autónomas y ayuntamientos. Para Pedro Sánchez es difícil conjugar sus críticas al partido de Pablo Iglesias a la vez que están pactando: hubo guante de seda, a pesar de que el líder socialista buscara el choque con el de Podemos, que no aceptó el reto recordándole insistentemente que él no era su adversario. Para el líder de Podemos, no es ninguna contradicción, como ayer reiteró, sino una manera de fagocitar al electorado socialista, si se cumplen las encuestas que le sitúan como segundo partido. En cuanto a la configuración de aliados y adversarios, no hay dudas de que Rajoy estuvo en el punto de mira de los otros tres candidatos, incluido Albert Rivera, que buscó con voluntarismo el centro, pero que, como en el debate económico entre Luis de Guindos y Luis Garicano, no supo encontrar ningún punto débil en la política económica del PP. También tuvo cotas de agresividad muy actoradas. Sánchez e Iglesias tampoco fueron capaces de contrarrestar los datos que Rajoy ofreció sobre el mantenimiento de las políticas sociales y de los servicios que dan nombre al Estado de Bienestar por el que pugnan PSOE y Podemos. En definitiva, fue un debate de tres contra uno, lo que permitió a Rajoy poner en valor sus políticas frente a los aspirantes, que tuvieron serios problemas en diferenciarse unos de otros. El debate evidenció que, en estos momentos, Rajoy es el único que tiene un relato de su gestión y de sus propuestas de futuro. Demostró que sabe dónde quiere ir y el camino que debe tomar. Por otra parte, se notó un agotamiento de los mensajes, producto de una larga campaña de más de seis meses en la que no se han corregido los formularios aprendidos. De manera especial, Iglesias se limitó a leer propuestas económicas y sociales y citar insistentemente a la OCDE para marcar su perfil «socialdemócrata», aunque no pudo evitar aludir a su compromiso con el «derecho a decidir» y la alianza que supone con el independentismo. De nada sirve que Pedro Sánchez se crezca en el bloque sobre corrupción, buscando el cuerpo a cuerpo, cuando es incapaz de presentarse como un serio aspirante a la presidencia del Gobierno y demuestra mucha inconcreción en su reforma federalista de la Constitución. Si se sigue manteniendo el criterio de que los debates televisivos influyen más en los indecisos que cualquier otro acontecimiento electoral, el de anoche sin duda habrá aclarado las ideas a una buena parte del 30% que todavía no sabe el sentido de su voto, según el CIS. En este sentido, Mariano Rajoy tiene más posibilidades de atraer hacia su candidatura el voto de los que esperan soluciones claras.
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