País Vasco

La vergüenza de Anoeta

La Razón
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Arnaldo Otegi salió esta semana de la cárcel después de cumplir seis años y medio por tratar de reconstruir, bajo las órdenes de ETA, la ilegalizada Batasuna. Fue recibido por sus acólitos, simpatizantes y amigos como un «preso político». Que el mundo abertzale, cómplices de la izquierda radical y clones del independentismo catalán lo consideren una especie de Mandela o Gandhi está dentro de la lógica de unas tribus políticas que han perdido el sentido de la realidad y cuyo sectarismo congénito les hace imposible ver más allá de su atávico universo. «Teníamos que haber sabido interpretar bastante antes la necesidad que tenía la gente de superar una etapa de confrontación armada a una política», dijo en una de sus primeras declaraciones después de los preceptivos homenajes. Es decir, que de haber seguido el pueblo vasco gritando «ETA, mátalos», Otegi hubiera visto muy bien seguir matando y no habría hecho nada, a pesar de ser un «hombre de paz», por detener la carnicería, que es lo que realmente sucedió. Y lo fundamental: en los planes de la banda y en los mandos abertzales no entraba que frente al terrorismo y nacionalismo obligatorio hubiese una resistencia por parte de sectores de la sociedad vasca que plantaban cara ante el amedrentamiento de la violencia. En cuanto a considerar el terrorismo como una «confrontación armada», no hay nada nuevo en la perversa estrategia etarra de no aceptar que en realidad fue el acoso y derribo de un sistema democrático a través de asesintos selectivos o indiscriminados. Como no podía ser de otra manera en un enfrentamiento que aplicó un plan de exterminio contra los no nacionalistas, ETA fue derrotada. Por lo tanto, hablar de «autocrítica» en esos términos, como ha hecho Otegi, no sirve de nada, sólo para calmar algo la mala conciencia de una parte de la sociedad vasca que apoyó el terrorismo sin sentir la menor compasión hacia las víctimas. Lo realmente arriesgado es decir que la vida de esos «gudaris» ha sido un fracaso absoluto y que ETA es la peor lacra que ha sufrido el País Vasco. Pero no lo hará, como tampoco exigirá que ETA entregue las armas, se disuelva y reconozca el dolor causado. Otegi vuelve bajo las mismas banderas y con ese lenguaje del odio hacia España –hacia nuestra democracia– del que nunca se ha desprendido, porque esa es la genética de todo nacionalismo primario. Esto sí, consciente de que la cosmovisión abertzale es incapaz de entender que las sociedades modernas no sólo se alimentan de patrias y banderas y que hay que adaptarse electoralmente a los nuevos tiempos. Bildu sufrió un serio descalabro en las pasadas elecciones, perdiendo más de cien mil votos en beneficio de Podemos. Otegi es la salvación para rescatar a un votante a través de buenas dosis de sentimentalidad sobre las heroicidades de los «años de plomo» y volver a recuperar la ilusión después de la derrota de ETA para «construir Euskal Herria». La novedad en este proceso es la entrega de Podemos a una causa que supone atacar abiertamente a las estructuras del Estado democrático. La consideración de «preso político» que Pablo Iglesias dio a Otegi tiene sin duda una carga electoral para sintonizar con un electorado que necesita abertzalismo para guiarse en la política y la vida, pero hay también un giro producto de un revisionismo sobre la Transición que cree que el «conflicto vasco» es una rémora de la España antidemocrática que sólo se curará, como dijo ayer Otegi en Anoeta, «cuano logremos la independencia». De nuevo, estamos ante el dilema de democracia o «derechos nacionales».