Terrorismo yihadista
Libertad
España, como el resto de las naciones libres del mundo, guardó ayer un silencio respetuoso con las docenas de víctimas del ataque terrorista en Niza. Una violencia pensada para provocar a un país, Francia, que celebraba su Fiesta Nacional. Una violencia pensada también para hacer el mayor daño posible, de manera indiscriminada, de ahí que entre los muertos se encuentren numerosos niños. El terrorista, un hombre de nacionalidad francesa, aunque de ascendencia tunecina, repite también patrones anteriores: de la pequeña delincuencia, del robo con violencia, pasó a convertirse en un yihadista. El 16 de noviembre de 2015, 48 horas después del peor atentado en suelo galo –el de la sala Bataclan y varios restaurantes–, que dejó 130 muertos, François Hollande aseguró que «Francia estaba en guerra». Este 14 de julio el presidente galo confirmó que la guerra continúa, prolongando tres meses más un estado de emergencia que estaba previsto desactivar el próximo día 26. Ahora todas las miradas se vuelven también hacia los responsables de la seguridad en el país vecino. Tras haber hecho frente a las necesidades de seguridad de la reciente Eurocopa, con desigual éxito, existen demasiados interrogantes sobre los fallos en el dispositivo de control de Niza que permitió que un camión de ese tonelaje se adentrara, sin el menor problema, en el paseo marítimo y recorriera dos kilómetros sin ser detenido por las Fuerzas de Seguridad. Ese ataque también ha servido de acicate para estar alerta en nuestro país. De hecho, ayer, la Fiscalía de la Audiencia Nacional apuntó a un probable recrudecimiento de los atentados del Daesh fuera de Siria e Irak tras el retroceso que está sufriendo en estos países, por lo que no es descartable que se produzcan nuevas acciones criminales, especialmente en países europeos, entre ellos España. A ello se une la gran repercusión que tiene un atentado en suelo europeo o norteamericano. Una gran pantalla de propaganda para los asesinos que, sin embargo, donde realizan la mayor parte de sus sangrientos atentados es en zonas controladas por sus oponentes en Irak o Siria. Ayer, tras los primeros momentos, tras la conmoción inicial por el alcance de la devastación provocada en Niza, todos los gobiernos y los responsables políticos realizaron una llamada a la unidad, a la colaboración y a mantener activa nuestras señas de identidad: nuestras libertades y derechos frente a la barbarie irracional del islamismo radical. Ante ello, todos debemos exigirnos una respuesta común. Algo que sin duda incluye medidas de carácter político, militar, policial y de inteligencia. Está claro que si Europa quiere ganar la guerra al terrorismo yihadista debe superar las fronteras. Unas fronteras que no conoce el terror. Este es nuestro mayor desafío. Que están entre nosotros. En muchos casos, que han crecido entre nosotros, pues no estamos hablando de «lobos solitarios» ni de grupos marginales, sino de jóvenes europeos radicalizados que odian ese modelo de convivencia democrático e igualitario entre hombres y mujeres y están dispuestos a matar y morir. Ayer Francia mantuvo su alerta terrorista, algo que pensaba desactivar a finales de este mes. España, con una amplia experiencia en la lucha contra el terrorismo de ETA e islamista, la mantiene en su nivel cuatro. No hay que bajar la guardia. Pero el desafío es global. Urge abordarlo en común para evitar que los errores en la inteligencia de determinados países permitan atentados de este tipo. La respuesta exige, en primer lugar, un gran acuerdo político de las instituciones y de todas las naciones para actuar de forma coordinada. Por eso, instrumentos como el orquestado por el Ministerio del Interior, a cuyo frente está Jorge Fernández Díaz, la comisión del pacto antiyihadista, resultan de gran valor. Ayer mismo se decidió vigilar «con especial atención» zonas turísticas y de gran afluencia de personas. De igual manera, como subrayó la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, resultan incomprensibles determinadas actitudes, como las mostradas por Podemos, de ser «observador» en este pacto antiyihadista. Este tipo de «salvedades» sólo dan margen a los terroristas al pensar que la postura monolítica que tienen enfrente está resquebrajada, con importantes fisuras. Hace tiempo que la UE no tiene fronteras internas –por más que la crisis de refugiados o el Brexit las hayan puesto de actualidad–. Los atentados como los padecidos en Niza, una situación de crisis de seguridad tal, pueden ser la causa primera de un cambio en la manera de abordar el terrorismo en el continente. Más colaboración, menos compartimentos estancos, más Europa, menos aislacionismo para poner coto a los asesinos y defender libertades y derechos. Un frente unido construido sobre los valores que han hecho grande a Europa.
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