Londres

Los límites de la tolerancia

Sólo en Londres, la capital de Reino Unido, y en la última década, se ha incrementado en un 67 por ciento el número de quienes se declaran de religión musulmana. Representan más de un millón de habitantes y sufren altas tasas de desempleo, acogimiento a programas sociales y desestructuración familiar. Al igual que ocurre en sus países de origen, los grupos radicales islamistas, a través de centros religiosos y culturales, y con el empleo intensivo de internet, captan en este caldo de cultivo de insatisfacción y escasas perspectivas de futuro a muchos de sus reclutas para la «guerra santa». Así, con excepciones, el perfil del terrorista yihadista en Occidente responde al de un individuo joven, converso o no, emigrante de segunda generación, con problemas de adaptación, antecedentes delincuenciales y muy expuesto a la propaganda islamista en las redes sociales. Sin embargo, el fenómeno, como demuestran los casos de Marsella, Boston o el más reciente de Londres, está tomando un nuevo cariz muy preocupante, por cuanto sus protagonistas no suelen estar vinculados a organización estructurada alguna y cruzan la línea del terror por iniciativa propia, complicando extraordinariamente las labores de prevención de los Cuerpos de Seguridad. Ningún país de Occidente está a salvo del peligro potencial de que se desencadene un ataque por parte de estos «lobos solitarios». En España, sin ir más lejos, como hoy revela LA RAZÓN, la Policía, la Guardia Civil y el CNI se mantienen en alerta ante el riesgo de que las imágenes de Londres estimulen a un imitador y han intensificado su política de acciones preventivas, puesto que la mayoría de estos individuos dejan rastro en su proceso de radicalización y pueden ser objeto de vigilancia. Es cierto que la inmensa mayoría de los musulmanes que viven en países occidentales son completamente ajenos al terrorismo o a las interpretaciones rigoristas del islam. De hecho, los musulmanes son quienes más sufren las trágicas consecuencias de la yihad. Pero también es imposible negar que entre las poblaciones de acogida se está extendiendo una sensación de inseguridad y temor, de rechazo general a lo que representa el islam, que nutre a los movimientos extremistas o populistas de carácter xenófobo, cuyas perspectivas electorales no dejan de crecer en países de larga tradición de inmigración como Francia, Alemania, Reino Unido, Holanda y Estados Unidos. Es fundamental que las comunidades musulmanas, en lugar de cerrarse sobre sí mismas ante la presión de los intransigentes, colaboren en un movimiento general para detectar y, en su caso, expulsar de su seno a quienes propugnan el terror y siembran el odio; de lo contrario, los criminales conseguirán el objetivo que buscan: destruir la convivencia.