Cataluña

Monarquía renovada para un tiempo nuevo

Ayer echó a andar en España una «Monarquía renovada para un tiempo nuevo», en expresión afortunada del nuevo Rey, Felipe VI. La jura y proclamación de Su Majestad ante las Cortes Generales culminó el relevo, llevado a cabo de forma ejemplar y con total normalidad institucional, en la Jefatura del Estado tras el largo y fructífero reinado de Don Juan Carlos I. La histórica jornada empezó con un acto de hondo simbolismo en el Palacio de La Zarzuela: la imposición a Don Felipe de la faja de Capitán General de las Fuerzas Armadas, que Don Juan Carlos remató con una inclinación de cabeza ante su hijo. Pero fue en la sede de la soberanía nacional donde el Rey empezó a escribir una nueva página de nuestra Historia. Allí anunció los principios que informarán su conducta como Jefe del Estado, como cabeza de la Monarquía constitucional y como persona. Su discurso fue diáfano, directo, esperanzado, sereno y tan generoso en los agradecimientos como exigente en los compromisos. Un gran discurso, en suma, en el que reivindicó la grandeza y la garantía de futuro de ese proyecto colectivo de convivencia llamado España. Pero si hubiera que resumir en una sola frase la orientación que quiere dar Felipe VI a su reinado, sería ésta: «La Corona debe buscar la cercanía de los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente», inspirada en principios éticos y morales y presidida por la ejemplaridad.

REGENERACIÓN NACIONAL

Al amparo de estos valores, lo que el Rey propuso es una regeneración moral de la nación, de modo que la política esté al servicio de los ciudadanos para que éstos recuperen la confianza en sus instituciones y para que nuestra sociedad se base en el civismo, la tolerancia, la honestidad, el rigor y la solidaridad. Sin estas premisas, será difícil ganar la batalla del futuro sin arriesgar la convivencia. El otro gran eje del discurso del real fue la unidad y diversidad de España, en la que «cabemos todos», cada cual con sus sentimientos y sensibilidades. Una España en la que no se rompan nunca los puentes del entendimiento, en la que todos seamos iguales y todos respetemos las leyes comunes. Felipe VI no pudo ser más transparente y taxativo sobre el modelo de Estado, porque es el mismo que el de la Constitución. Es natural que a los presidentes autonómicos de Cataluña y del País Vasco no les satisficiera, porque nada les complace salvo sus objetivos de ruptura. En todo caso, la disensión no justifica la descortesía. La actitud displicente de Íñigo Urkullu y Artur Mas no sólo fue una falta de respeto institucional, sino un desaire a todos los españoles. Este último, además, degradó su propia dignidad como presidente de los catalanes convocando una rueda de prensa en pleno ceremonial. Conductas mezquinas que están muy por debajo de la generosidad con que Felipe VI rindió homenaje a la generación de su padre, que reconcilió a los españoles y construyó el modelo de convivencia en libertad que desde entonces disfrutamos todos los españoles, incluidos los nacionalistas que utilizan las conquistas democráticas de todos en beneficio exclusivo y excluyente. Muchos ciudadanos, casi mil, fueron víctimas del terrorismo y si dieron su vida por las libertades, también en el País Vasco, no fue para que los separatistas desprecien su memoria en un acto de gran proyección histórica. Es un acierto que el primer acto oficial previsto en la agenda de Don Felipe para este sábado sea con las víctimas del terrorismo, al que acudirán representantes de todas las asociaciones. Porque es obligación moral de todos mantener viva la memoria de los grandes sacrificios que hicieron posible la España democrática. Conviene también subrayar las palabras de solidaridad con las principales víctimas de la crisis económica, los desempleados, que han visto golpeada su dignidad como personas. Si ya como Príncipe de Asturias destacó por su acusada sensibilidad social, cabe esperar de Felipe VI una estrecha cercanía con los marginados y los más desfavorecidos.

PROYECCIÓN DE FUTURO

La Corona es uno de los pilares del edificio constitucional y así la percibe la inmensa mayoría de los españoles que, en estos momentos, son conscientes del hito histórico que vive la nación. Plenamente persuadidos de que bajo la Monarquía parlamentaria, con el desempeño impagable de quien la ha encarnado hasta ahora, Don Juan Carlos, España ha desarrollado potencialidades que parecían hurtadas por un destino fatal e inexplicable. Se espera mucho del nuevo Rey y en torno a él se ha generado un cierto impulso renovador. Pero sería temerario demandarle una actuación providencial, pues su función es la de garante de la estabilidad que las leyes atribuyen a la Monarquía parlamentaria. Felipe VI entra en un tiempo nuevo, de revitalización social, política, cultural e incluso anímica; también de perfeccionamiento institucional que demanda una sociedad plenamente incardinada en la dinámica de las grandes democracias y que exige de sus gobernantes la anteposición del bien común a los intereses de partido. Bajo su reinado será preciso abordar las reformas legales y constitucionales precisas, que no sólo vendrán impuestas por los desafíos a los que se enfrente la propia nación, por la necesidad imperiosa de cerrar el modelo de administración territorial y los mecanismos de relación económica de las comunidades autónomas, sino también por la inevitable consolidación de una Unión Europea que cada vez demandará más poder de decisión política y social a sus socios nacionales. No nos cabe duda de que la sociedad española, con su Rey al frente de la Jefatura del Estado, estará a la altura de las exigencias de estos tiempos nuevos. Que las reformas se llevarán a cabo con el máximo consenso y desde el respeto escrupuloso de los mecanismos constitucionales. Que, en definitiva, nunca volveremos a lamentarnos de las ocasiones perdidas, porque la democracia española, con sus instituciones, ha tomado plena consciencia en los ciudadanos. Como proclamó el Rey ante diputados y senadores, «somos una gran Nación, creamos y confiemos en ella».

GANARSE EL ORGULLO DE LOS ESPAÑOLES

Felipe VI representa mejor que nadie a esa generación de españoles que ha crecido en democracia y se ha formado en el respeto a las libertades y los derechos de todos, y que no desconoce las responsabilidades que debe asumir. Esa generación del Rey que está llamada a continuar la excepcional obra de sus antecesores. La España unida, plena y libre que debe ser. Terminó Felipe VI su discurso ante las Cortes Generales con una frase que bien merece ser transcrita en su integridad: «Yo me siento orgulloso de los españoles y nada me honraría más que, con mi trabajo y esfuerzo de cada día, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo Rey». No será aventurado afirmar que desde el primer minuto de su reinado ha empezado a lograr su objetivo. Así lo refrendaron, más allá de los ámbitos institucionales, los miles de ciudadanos que vitorearon a los Reyes, primero a lo largo del recorrido por el corazón de Madrid y luego ante el balcón del Palacio Real. España camina con paso firme hacia el futuro y con ella, su nuevo Rey.