Conciliación

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La Razón
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Las manifestaciones de hace un año coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer fueron un éxito indudable y dejaron algo claro, si es que hubiese dudas: el mundo no puede funcionar sin las mujeres. Es una afirmación obvia, que aquellas protestas quisieron poner de manifiesto con una huelga general. El resultado fue lo de menos. Hoy se repetirá, pero algo paródico, histriónico y radical se ha introducido en este movimiento. Entonces hubo un detonante global que permitió esta masiva movilización: la creencia de que con la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump los derechos de las mujeres corrían riesgo. El movimiento Me Too de algunas actrices de Hollywood que denunciaron sus experiencias de agresión sexual en la industria cinematográfica amplificó un problema que siempre quedaba reducido al ámbito doméstico o a hostigamiento de un machismo sin escrúpulos. Pero en realidad no es el retroceso en los derechos civiles de la mujer lo que ha impulsado este estado de opinión, sino lo contrario: su progreso, necesidad de reconocimiento y equiparación y plasmación legislativa de estos avances. Lo cierto es que todos los partidos han situado a la mujer en el centro de sus programas con propuestas que, en lo fundamental, podrían se aceptadas por todos y que pueden resumirse en igualdad salarial, ayudas sociales y laborales que permitan la conciliación, reforzar el plan integral contra la violencia de genero, desarrollar la Ley de Igualdad y educar en los valores del respeto. Hay algo que juega a favor de los partidos porque va por delante de ellos, y es que la sociedad española ha avanzado más de lo que creen: los roles desempeñados por mujeres y hombres ya no están tan claramente delimitados y, al margen de actitudes de un machismo atávico, incluso en jóvenes –chicas y chicos–, el sentido del voto de una mujer, cuando lo hace a una fuerza de fuertes convicciones democráticas, no indica su grado de compromiso con el movimiento feminista. Desde la izquierda, especialmente en los últimos años, ha habido una apropiación de las conquistas del feminismo, sin tener en cuenta que la experiencia cotidiana –en el mundo laboral, académico, científico, cultural o político– indica que el avance en la igualdad de derechos es patrimonio de todos, que no se puede dividir en función de la composición del arco parlamentario. El ejemplo más claro es el manifiesto de la huelga de hoy, escrito con una gramática que difícilmente puede representar al conjunto de las mujeres, altamente ideologizado, sectario, plasmando una sociedad imbuida en una «lógica patriarcal», como la definen. Es un clásico manifiesto con los requiebros de la intolerancia izquierdista, pero muy despegado de la realidad, porque no hay mujer que reniegue a su condición y a sus derechos, ni ninguna debe ser olvidada por no corresponderse con el canon feminista. Esta llamada «cuarta ola» del feminismo corre el riesgo de la parodia, de una subasta de promesas de imposible aplicación o creer que el lenguaje inclusivo es la clave de la igualdad, lo que permite que Pablo Iglesias alardee de su baja paternal y anuncie su regreso como si fuera el padre protector de ellas y ellos. O que una mujer que no es del gusto del feminismo oficial sea insultada en la manifestación del 8M y si es agredida con insultos de un machismo intolerable no merezca la solidaridad habitual. La lucha por los derechos de la mujer no se reduce sólo al movimiento feminista, aún siendo clave el trabajo de las sufragistas o las que hace medio siglo defendieron la libertad sexual, sino al papel central que la mujer ocupa hoy en la sociedad. El avance en la igualdad de derechos es imparable, pero sólo podrán conseguirse si se entiende que los problemas de las mujeres son los problemas del conjunto de la sociedad.