ETA

Podemos, ante la trampa batasuna

La Razón
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La izquierda abertzale, agrupada en Bildu, se prepara para encarar la nueva etapa de la construcción nacional de Euskal Herria, entelequia que incluye el sur de Francia y Navarra. Ayer, en San Sebastián, los actuales dirigentes batasunos dieron el pistoletazo de salida a la nueva fase del proyecto separatista mediante una declaración inequívoca de sus aspiraciones –«el proceso vasco de liberación entra en una nueva era y afrontamos con renovadas fuerzas el reto de conseguir un país libre formado por personas libres»– y un llamamiento a todas las fuerzas afines para ampliar las bases populares del movimiento, a las que advierte de que «a partir de ahora, ya nadie podrá utilizar la continuidad de ETA como excusa para eludir sus responsabilidades». Es evidente, vista la correlación de fuerzas en el País Vasco, que el mensaje sólo puede tener como destinatario a Podemos, formación con la que los batasunos comparten una ideología socialista radical y la misma estrategia de superación revolucionaria del «régimen de la Transición», y que ya había sido objeto de la solicitud de Arnaldo Otegi, el coordinador general de Bildu, al hilo del desafío independentista catalán. El planteamiento batasuno, bastante pueril, pretende que la sola disolución de ETA, que se había convertido en un lastre político, basta para eliminar las líneas rojas marcadas por el terrorismo y legitima moralmente a sus imprescindibles cómplices. El diseño de los proetarras no es nuevo. De hecho, el propio Otegi ha defendido públicamente que una coordinación de los procesos independentistas de Cataluña y el País Vasco, unida a la acción conjunta con la izquierda de ámbito estatal, acabaría por hacer doblar el espinazo a las instituciones del Estado. Por supuesto, detrás de esta apelación a ampliar las bases populares del movimiento existen razones menos confesables por parte de los batasunos, cuyas opciones electorales, estancadas desde hace décadas, han sufrido un fuerte descalabro tras la irrupción de Podemos en el escenario político vasco. En efecto, aunque en las últimas elecciones autonómicas celebradas en el País Vasco la izquierda abertzale consiguió superar a Podemos, no parece que los proetarras puedan repetir los resultados que obtenía la vieja Batasuna. La coalición de Bildu tocó suelo en los comicios generales de junio de 2016, con un 13,3 por ciento de los votos, y su retroceso es un hecho constatado fuera de sus feudos en la provincia de Guipúzcoa. Pero si Bildu tiene que captar nuevos apoyos en el campo de la izquierda no nacionalista para mantener vivo un proceso que, dicho sea de paso, no es compartido por la mayoría de la sociedad vasca, Podemos no puede dejarse enredar en el embrollo separatista. El socorrido recurso al «derecho a decidir», que cubría como un comodín su política de equidistancia en Cataluña, ha dejado de surtir efecto. Así lo demuestran los últimos descalabros electorales de la formación morada y así lo auguran todos los sondeos. Incluso en Navarra, donde Podemos sostiene un Gobierno regional de corte vasquista, las encuestas pronostican un castigo por parte de los electores. Es innegable, además, la responsabilidad en la que incurriría la formación que lidera Pablo Iglesias si, en aras de no se sabe bien qué estrategia, diera alas al movimiento separatista vasco que, hoy, aunque latente, está fuera del horizonte del nacionalismo pragmático que representa el PNV. La banda etarra ha desaparecido de nuestras vidas, pero su objetivo de destrucción de la unidad de España permanece intacto en la voluntad del entramado abertzale. Y ni siquiera la frivolidad política de los antisistema justifica acercamientos equívocos que sólo sirven de apoyo al proyecto de Euskal Herria.