Podemos

Podemos no está preparado para ser una alternativa del PSOE

La Razón
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Con un discurso básico consistente en enfrentar irreconciliablemente a «los de arriba» con «los de abajo», o a la «casta» con la «gente», Podemos ha conseguido abrir un espacio político que, a estas alturas, aspira a arrebatar la hegemonía de la izquierda al PSOE. Esta fulgurante irrupción sólo podía fructiferar en el contexto de una profunda crisis económica en el que es comprensible una primera reacción contra el «sistema» y donde es fácil que se desarrolle una «antipolítica» que ofrezca soluciones fáciles a problemas complejos. Pero desde que el partido de Pablo Iglesias se dio a conocer en las elecciones europeas de mayo de 2014, ante la sorpresa de casi todos, con cinco diputados, su discurso ha quedado envejecido y la sociedad española ha empezado a descubrir que Podemos reproduce los defectos más nocivos de la izquierda comunista. Ahora busca adaptarse a este desgaste con el objetivo de triturar a un PSOE en crisis y reemplazarlo como el gran partido de la izquierda española con vocación de gobierno y responsabilidad de estado. No será fácil. Ayer mismo, Iglesias anunció que no asistirá a los actos de la Fiesta Nacional diciendo que la «patria es la gente». Por contra, Íñigo Errejón dijo que «las instituciones y la calle no son contradictorias». En ese punto está el debate que debe afrontar Podemos entre los dos aspirantes a controlar el partido. Falso debate, por otra parte, si lo planteamos fuera del estrecho marco ideológico del populismo –que, en síntesis, es prometer lo que no se puede cumplir aunque gusta oírlo–, porque en una sociedad democrática los partidos con representación parlamentaria y tareas de gobierno deben desarrollar su política en el ámbito institucional, ya que disponen de las herramientas para hacer nuevas leyes, abolir las que no les gusten y dotar partidas económicas para lo que consideren beneficioso para la ciudadanía, o para «la gente». El problema llega cuando la práctica política se entiende como una algarada callejera. De esta encrucijada, ni Iglesias ni Errejón parecen estar dispuestos a salir: Podemos sigue siendo un partido muy dependiente del viejo izquierdismo. No de otra manera puede interpretarse la presión a la que está sometiendo al presidente de la Junta de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, anunciando la retirada de su apoyo, táctica que está reproduciendo en Aragón y Asturias, aunque no se atreve a llevarla hasta el final porque pondría en riesgo los ayuntamientos bajo su mando, como Madrid, Zaragoza, Valencia o La Coruña. Es un puro movimiento propagandístico para penalizar al PSOE por si acaba absteniéndose en la investidura de Rajoy, algo que se ve como próximo y real. ¿Es éste el partido que quería apoyar a Sánchez para que llegase a La Moncloa? Hoy se reúne el Consejo Ciudadano de Podemos y sobre él sobrevolará la revisión del populismo, que ellos asumen como seña de identidad. Hay muchas dudas sobre si este cambio es real o no. La fundamental es que, si bien el populismo ha sido útil hasta el momento, el referente político de Podemos, la Venezuela chavista, está en crisis y todo apunta a que el desmoronamiento del régimen se llevavá por delante el modelo del «socialismo del siglo XXI». Es evidente que Iglesias y Errejón ya no pueden enarbolar la bandera del populismo bolivariano. De momento, tienen que afrontar un problema más prosaico: devolver las aportaciones que los simpatizantes del partido realizaron para financiar las elecciones del 20 de diciembre.