Don Juan Carlos
Respeto a nuestros símbolos
Las llamadas «candidaturas de unidad popular» patrocinadas por Podemos y otras facciones de la extrema izquierda han inaugurado su nada desdeñable cuota de poder en las pasadas elecciones municipales y autonómicas demostrando que quieren acabar con el «régimen del 78» aunque, de momento, sólo sea simbólicamente. A falta de gobernar con medidas sensatas, el populismo ha optado por la retirada de fotografías de personajes públicos que consideran representantes de la «casta», cualquier iconografría religiosa que se encuentre en dependencias municipales, la «limpieza» del callejero o la presencia de símbolos monárquicos. El último suceso ha tenido lugar en el Ayuntamiento de Barcelona: con la retirada de un busto de Juan Carlos I instalado desde 1976 en el salón de plenos. Los responsables municipales argumentaron que la normativa de 1986 dice que dichas dependencias deben exhibir efigies del Jefe del Estado, ya sea en busto, pintura o fotografía. Pero a nadie se le escapó la intención de este gesto, que se realizó con alevosía y ofensa evidente, sin el más mínimo respeto hacia el que fue Jefe del Estado y uno de los artífices de nuestra actual democracia. Además, la voluntad de escarnio llevó a repetir en dos ocasiones la retirada del busto para que fuese recogido por los medios de comunicación y, a continuación, guardado en una caja de cartón. Así se cuenta la historia, o así quiere contarla esta «nueva izquierda» de preocupantes tics autoritarios. La falta de generosidad hacia Juan Carlos I por parte de los actuales gobernantes de Barcelona encierra, por un lado, una gran ignorancia de su papel en nuestra reciente historia política y en la recuperación de las instituciones catalanas de autogobierno (¿desconocían Ada Colau y su corte de agitadores que Don Juan Carlos en su primera visita oficial a Barcelona pronunció un discurso en catalán en el Salón del Tinell, a los tres meses de la muerte de Franco?). Por otra parte, estas coaliciones izquierdistas han introducido un elemento que era lo que definía a la Transición: evitar el lenguaje del odio y no considerar al adversario político un enemigo. En esto, hemos retrocedido. De lo sucedido en Barcelona se puede extraer una lección: hay un izquierdismo que ha contado con la complacencia y compresión del nacionalismo catalán en la falta de respeto y consideración a lo que denominan con desprecio la «simbología españolista», sin tener en cuenta que, en todo caso, son los símbolos de una democracia a través de la cual se han recuperado instituciones catalanas. El Gobierno municipal de Barcelona, si de verdad ha retirado el busto de Juan Carlos I para sustituirlo por el de su hijo y actual Jefe de Estado, debe hacerlo de manera urgente y con toda la dignidad. Los ciudadanos españoles nos merecemos que nuestra historia sea también respetada. Será un gran servicio a la democracia.
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