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Sánchez quiere ahora a Ciudadanos para la «gran coalición» que despreció
En el PSOE, con 5,3 millones de votos, consideran que es un chantaje que Podemos, con casi 5 millones, se atreva a proponer un gobierno de coalición. La propuesta comporta, como sucede en toda Europa, un reparto de carteras ministeriales y unas propuestas de gobierno sobre las que tendrán que negociar los dos socios. En este caso, fue Pedro Sánchez con sus insinuaciones y ofrecimientos quien ha permitido que el PSOE haya acabado como un partido que sólo sirve para facilitar la llegada a La Moncloa de Pablo Iglesias. El Ejecutivo confeccionado por el «primer ministro en la sombra» no ha gustado al conjunto del socialismo español; sólo ha servido, que no es poco, para que el PSOE considere que Podemos busca insistentemente su destrucción, como ya ha hecho con IU, para convertirse así en la única fuerza de la izquierda. Sobre el futuro de la derecha, Iglesias no tiene planes concretos, pero todo se andará... Ayer, tal vez bajo el efecto ruborizante de haber sido elegido futuro presidente del Gobierno por su adversario más peligroso (y aquí el adjetivo se refiere al causante de todos los males que le pueden venir), Sánchez llamó a Albert Rivera con un mensaje corto, claro, pero que, en la semántica socialista, es cada vez más confuso: España «necesita diálogo». Estamos de acuerdo: tuvo la oportunidad de hacerlo con Rajoy, pero se aferró al no, no, no. Ahora ha emplazado al líder de Ciudadanos a hablar en los próximos días. También quedó para dialogar con Pablo Iglesias. Claro está que de lo único que en los próximos días pueden hablar nuestros líderes es de su posición ante futuros pactos de Gobierno. ¿Quiere decir que las líneas rojas del PSOE son diferentes cuando habla con Podemos que cuando lo hace con Ciudadanos? Lo que es evidente es que la desorientación de Sánchez, su tacticismo y su ambición de alcanzar La Moncloa con 90 diputados puede llevar a un partido histórico a la insignificancia y el desprestigio. De momento, el líder socialista ha suavizado su receptibilidad ante el ofrecimiento de Podemos motivado por la presión dentro del propio PSOE tras el escarnio sufrido por parte de Podemos, que, de nuevo, ha demostrado que en su asalto al poder es necesario quebrar las resistencias del partido histórico de la izquierda. Es incomprensible que Sánchez no sea consciente de este hecho y que esté apareciendo ante la opinión pública y sus propios votantes como un líder sin principios, sin una idea de país y abocado a secundar a Podemos. Si Sánchez se sienta a hablar con Rivera, incluso con la idea un programa común, para conseguir un acuerdo de gobierno, comprenderá que es un político aislado, incapaz de conseguir aliados, más allá del abrazo mortal de Podemos. Sería disparatado pensar que esta hipotética coalición entre PSOE y Ciudadanos –y sus 130 escaños– contaría con la abstención del PP. Sánchez ha cometido un error que no solamente es formal: incumplir con las normas de la cortesía política y el respeto al adversario. Es decir, adonde no llegan las ideas, llegan los exabruptos. La situación es que, en estos momentos, los socialistas no tienen aliados por no saber situarse como fuerza central, de ahí que despachara con malas formas la primera propuesta de Rajoy de una gran coalición entre PP, PSOE y Ciudadanos, una fórmula que, de alguna manera, estará presente en la conversación entre Sánchez e Iglesias. La realidad para el PSOE es contradictoria, incluso dramática: nunca ha necesitado para su supervivencia alcanzar el gobierno y, a la vez, nunca puede ser tan perjudicial para su futuro aceptar la alianza con su peor enemigo, Podemos.
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