Política

Sánchez vuelve por donde solía

La Razón
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«No son molinos, amigo Sancho, que son gigantes» dijo Don Quijote. «No son independentistas, que son nacionalistas» afirmó ayer Pedro Sánchez negando la mayor y tapándose los ojos ante la evidencia, constatada y constatable, durante todos estos años, de montaña rusa política –y económica– en Cataluña. El presidente del Gobierno en funciones, que ayer lanzó también un guiño vacacional, avanzó que tendrá listo su repetido «programa social progresista» a finales de agosto o primeros de septiembre, y que será a partir de entonces, cuando cite al PNV, al Partido Regionalista de Cantabria, y a «formaciones nacionalistas de Cataluña», además de a Unidas Podemos, para negociar un acuerdo que permita tener un Gobierno progresista. Un mantra, este de la negociación después del evidente desencuentro y desconfianza con el que tendría que ser su principal socio de Gobierno, Unidas Podemos, al que también se refirió ayer la portavoz del Ejecutivo en funciones, Isabel Celaá, al subrayar la necesidad de «recuperar la confianza» con la formación de Pablo Iglesias después de la investidura fallida. Un cúmulo de expresiones y sinónimos en su comparecencia, que fueron desde «arrimar el hombro», «buscar nuevas vías» u «otras fórmulas» que no logran ocultar la desconfianza del PSOE ante Podemos y sus intentos de crear un Gobierno en paralelo al que debía ejercer sus funciones. Y como no podía ser de otra manera, la apuesta para formar Gobierno sube su apuesta ante la necesidad –obvia– de contar con los votos de formaciones independentistas catalanas –blanqueadas ahora como «nacionalistas» por Sánchez–. En este sentido, el globo sonda ante los ciudadanos lo lanzó ayer también Celaá, al defender que el hecho de no querer un gobierno que dependa del independentismo no quiere decir que no se pueda hablar con las fuerzas nacionalistas catalanas de cara a la investidura. Aunque estas conversaciones, apuntó, «las llevará a cabo personalmente el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez». Y aquí volvemos al punto de partido de todo. De la moción de censura que expulsó del poder al Partido Popular con la necesaria ayuda del independentismo catalán, de la ceremonia de la confusión que posteriormente llevó a cabo Sánchez para resistir en La Moncloa, hasta llegar a un presente líquido en el que el presidente en funciones está dispuesto a «explorar» todas las fórmulas en septiembre... y si no ir a elecciones, como ya se atisba en el horizonte. Y es que los nacionalistas (sic), con la sentencia al caer del juicio al «procés», no parecen precisamente unos buenos compañeros de viaje para un Gobierno estable. Y por si los lugares comunes no fueran más comunes que otrora, Celaá y Sánchez volvieron a pasar su parte de responsabilidad al PP y a Cs. Insistieron en pedirles, de nuevo, su abstención para no depender de los «nacionalistas». Y vuelta al punto de partida. A las negociaciones con la palabra fracaso escrito en el primer folio que nos abocan a unas nuevas elecciones que nadie quiere, de las que todos abominan, pero a las que estamos abocados. En el otro lado de la balanza, las posibles negociaciones con los independentistas catalanes, blanqueados como «nacionalistas» por Sánchez, podrían llevarnos a una negociación de posibles indultos, consultas políticas más o menos enmascaradas o cesiones económicas. El guiño vacacional de Sánchez, con todo, se abre camino. Tras sus reuniones frenéticas de estas dos semanas apura las horas antes de tomarse un descanso. Será por poco tiempo, a su pesar. Tiene mucho que «compendiar» –como él mismo ha dicho– sobre todo lo que le han pedido. Aún le queda «compendiar» con los «nacionalistas/independentistas».