Asturias

Una ausencia generosa

Ya había dado cuenta LA RAZÓN de que Su Majestad Don Juan Carlos había expresado su intención de no asistir a la ceremonia de la jura y proclamación del Príncipe de Asturias como Felipe VI de España, que se celebrará el 19 de junio en el Congreso. Ayer, la Casa del Rey, al hacer público el programa de actos de la coronación, confirmó este extremo, que no tiene más que un significado: el deseo de Don Juan Carlos de otorgar todo el protagonismo a su sucesor en el momento solemne del juramento del nuevo Rey ante las Cortes reunidas en la sede de la soberanía nacional. Desde el más absoluto respeto a la decisión real, debemos señalar sin embargo que tan buena era una opción como la otra. Lo más razonable, a nuestro juicio, habría sido que Don Juan Carlos asistiera en lugar preferente a la solemne ceremonia ante las Cortes reunidas, como corresponde a un hecho de tanta trascendencia histórica. Pero entendemos también que ha sido la generosidad la que ha primado en Don Juan Carlos, ante la cual palidecen las objeciones. Pretende Su Majestad, con este gesto, realzar la esencia de la Monarquía parlamentaria como garante de la Constitución y del régimen de libertades que ella ampara, justo cuando el Jefe del Estado hace expreso compromiso de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Carta Magna y las leyes, y respetar los derechos de los ciudadanos y de las comunidades autónomas. En todo caso, la decisión de Su Majestad de dejar todo el plano al nuevo Rey de España en el momento cumbre de la sucesión no supone distanciamiento alguno. Don Juan Carlos ejercerá, como no podía ser de otra forma, el papel relevante que le corresponde en estas fechas históricas. Primero, en el acto de la sanción y promulgación de la ley de abdicación, que tendrá lugar en el Palacio Real de Madrid el día 18 de junio y que será su última firma como Monarca, y, luego, cuando imponga a Don Felipe el fajín de Capitán General de los Ejércitos, en una ceremonia que tendrá por escenario el Palacio de la Zarzuela. Por supuesto, también acompañará a su hijo, ya Rey, en la recepción oficial y en el saludo desde el balcón central del Palacio Real. Si bien el programa diseñado ha pretendido combinar equilibradamente la solemnidad que requiere el acontecimiento histórico con la austeridad pública que exige la crisis económica, nos permitimos discrepar del perfil bajo que se ha adoptado, que limita la participación popular a dimensiones casi protocolarias y resta proyección internacional a España. Hubiera sido deseable que en ocasión tan solemne y trascendente nos honraran con su presencia altos dignatarios de los países amigos, así como representantes de otras casas reales con las que España y la Familia Real mantienen de antiguo una estrecha relación.