Barcelona

Una Cataluña de todos

Esta semana es crucial en la agenda de Artur Mas, además de altamente sensible. De nuevo, la cita de la Diada del 11 de septiembre volverá a escenificar la «voluntad de un pueblo», energía telúrica que puso en marcha el llamado proceso soberanista, del que el propio presidente de la Generalitat iba a ser líder o, en su peculiar forma de expresión, acompañante. Es la Diada del 300º aniversario de la caída de Barcelona ante las tropas del Felipe V, fecha en la que la historiografía nacionalista sitúa el comienzo de la lucha de Cataluña por su libertad mancillada. Hasta aquí, la historia. Porque no todos piensan igual, afortunadamente, y algunos tienen puestos sus objetivos cotidianos en alcanzar, con la libertad de un país democrático homologable, la mayor cota de bienestar. Pero Mas está en otra cosa y, por lo tanto, es lógico que proliferen las expresiones épicas, incluso folclóricas. Ayer dijo: «Estamos en combate, heridos, pero en pie». La semana pasada, en la Cámara de Comercio de Barcelona, habló de que «la libertad tiene un precio» y se permitió la licencia de decirlo ante unos empresarios que saben de sobra las reglas de un mercado basado precisamente en la libertad frente a la intromisión pública. «No busquemos solemnes definiciones de la libertad. Sólo es responsabilidad», dijo Bernard Shaw. Pues eso, responsabilidad. Como le recordó ayer la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, la estrategia independentista puede perjudicar la salida de la crisis: «Las malas decisiones pueden retrasar esta salida. No conviene perderse en otros caminos». Pero CiU, con el apoyo del frente nacionalista, ha emprendido otra senda, que no se corresponde con la realidad sociológica de Cataluña. Recordemos la encuesta del CEO de finales de 2013, que mostraba que el 38,24% de los encuestados se sienten tanto españoles como catalanes, frente al 27,21 que dicen sentirse más catalanes que españoles. Y recordemos, como hizo ayer Sáenz de Santamaría, que con los 7.000 millones de euros que el Gobierno transferirá a la Generalitat a través del Fondo de Liquidez Autonómica, «se pueden hacer muchas cosas». Se puede hacer mucho, por supuesto, pero si se hace política en positivo, y no creyendo que Cataluña la conforma un bloque homogéneo de votantes fieles al nacionalismo y sus variedades. El presidente de la Generalitat debe ser de todos los catalanes, pero el nacionalismo no está capacitado para ello. Ése es el verdadero problema político. Puede discutirse si la sociedad catalana sufre una fractura propiciada por la tensión a la que, desde hace dos años, se la está sometiendo para que defina si quiere un Estado propio e independiente y, por lo tanto, romper con el resto de España, pero, sin riesgo de errar el diagnóstico, la convivencia civil está en entredicho y existe una seria amenaza de destruir espacios comunes de convivencia. Por estos peligros que acechan a Cataluña, Artur Mas debe gobernar para todos.