Europa

Bruselas

Una defensa común europea frente al terrorismo yihadista

La Razón
La RazónLa Razón

El corazón de la capital de Europa sufrió ayer un brutal ataque terrorista que ha dejado, hasta el momento, 34 víctimas y más de un centenar de heridos. Los atentados, sufridos indiscriminadamente en el aeropuerto de Zaventem y en la estación de metro de Maelbeek de la capital belga, han sido reivindicados por el Estado Islámico, macabro trámite innecesario porque su huella criminal estaba clara, así como los objetivos que persigue: causar el mayor daño posible y amedrentar a la población. Lo triste de esta matanza es que se estaba a la espera de que estos radicales islamistas golpeasen de un momento a otro a raíz de la detención hace unos días en Bruselas de Salah Abdeslam, el último de los terroristas que participaron en los ataques de París del pasado 15 de noviembre. Sin embargo ha revelado que los atentados de ayer no han sido improvisados en respuesta a lo que se creía el desmantelamiento de la red yihadista que operaba en Bélgica y que servía de apoyo a la que actuaba en Francia. Intentar comprender las intenciones de Daesh sólo nos llevaría a la rendición incondicional de las sociedades democráticas, por lo que es necesario partir de un hecho: su gran arma no es otra que provocar la islamofobia. El objetivo es crear dos comunidades separadas, ya no sólo respecto a los países musulmanes, sino en el interior mismo de los estados europeos que cuentan con numerosa población de esta confesión religiosa. Hay un dato que no debemos olvidar: la mayoría de los ataques yihadistas que han tenido lugar en Europa en la últilma década fueron ejecutados por musulmanes nacidos en el continente. La estrategia de Daesh es «invadir» a los países europeos dividiendo a los ciudadanos en función de su creencia religiosa, de manera que los musulmanes acaben constituyendo una sociedad aparte, con leyes y normas propias y enfrentada a la ciudadanía que representa la democracia. Su objetivo es que tengamos el enemigo dentro de casa. No podemos perder de vista una coyuntura marcada por la crisis de los refugiados, cuyo único aprovechamiento para el yihadismo es fomentar el odio a Europa, a la idea de una ciudadanía con deberes y derechos, a la tolerancia religiosa y a la libertad de movimiento. En este sentido, el ataque de ayer tiene un significado especial: se ha producido en la capital política de Europa y, por lo tanto, es un ataque contra todos los miembros de la UE. Si creemos que ha sido Bélgica el único país golpeado, nos equivocaremos gravemente, de la misma manera que los antentados de París, Londres y Madrid supusieron un ataque a todas las democracias occidentales. Ahora es el momento de plantearnos si la respuesta debe ser común y, por lo tanto, si las instituciones europeas son capaces de movilizar todos los instrumentos políticos, incluidos los militares, o de hacer prevalecer la «soberanía nacional». Los ataques de Bruselas son de nuevo un acto de guerra cometido por una entidad política asentada en un territorio autodenominado Estado Islámico, o Califato, y sería irresponsable no querer ver la realidad de este desafío. El artículo 222 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea dice expresamente que la UE y sus Estados miembros «actuarán conjuntamente con espíritu de solidaridad si un Estado miembro es objeto de un ataque terrorista». En los ataques de París, Hollande prefirió acogerse al artículo 42.7 del mismo Tratado, lo que supuso su activación por primera vez. Fue un paso decisivo que recibió el apoyo unánime de los 28 ministros de Defensa. Si bien no permitía que las decisiones militares recayeran en las instituciones de la UE –como hubiese ocurrido de aplicarse el 222–, por lo menos ha permitido confirmar que es necesario responder al terrorismo a partir de acuerdos intergubernamentales, incluso bajo el amparo de la OTAN. En conclusión, el repliegue nacional, aunque sea invocando la soberanía, debilita a los estados y a la propia UE. Como decíamos, no sirve de nada saber si eso está entre los objetivos de los terroristas, pero en todo caso, no nos favorece desde el punto de vista defensivo. La guerra que el Estado Islámico ha planteado supera todas las previsiones porque ya no se trata de un conflicto territorial –aunque la expansión del Califato es cada vez más grande en Irak y Siria–, sino de sabotear los principios de libertad y tolerancia de las sociedades democráticas. Desde este punto de vista, hay que plantear que la defensa de nuestra civilización debe hacerse conjuntamente y anteponiendo los intereses comunes a los nacionales. Ante todo, hay que evitar autoinculparse y considerar que el ataque contra Bélgica es un castigo por su participación en los bombardos contra Estado Islámico. Éste sería el camino directo para rendirnos ante un terrorismo que sólo busca la liquidación de nuestras democracias.