Berlín
Una gran mujer de hierro
Margaret Thatcher recibió el apodo de «Dama de Hierro» cuatro años antes de alzarse en las urnas con el poder. Fue un analista del Ejército ruso, el capitán Yuri Gravilov, quien lo acuñó en un artículo publicado en la revista militar soviética, y demostraba que en el campo enemigo se tenía una información cabal de la compleja encrucijada en que se debatía la Gran Bretaña. De hecho, Thatcher, nacida en la pequeña burguesía rural, formada en la cultura del esfuerzo, firme en la convicción de que sólo el retorno a los valores que edificaron el Imperio Británico, la libertad de empresa y la responsabilidad individual, podían arrancar a su país de la postración económica y social, tuvo que empezar por el rescate, como diríamos ahora, del alma de un Partido Conservador británico, acomplejado tras décadas de sufrir la insidiosa propaganda de una izquierda que, incapaz de vender la mercancía averiada de Moscú, empezaba a teñir la política de sentimentalidad y relativismo. En este sentido, Margaret Thatcher puede considerarse un paréntesis, si se quiere afortunado, pero sólo un paréntesis, en la trayectoria ideológica del conservadurismo occidental. Su dimisión, en 1990, tras una revuelta interna en el partido «tory», certifica el giro hacia un centro más social de las derechas europeas. Y, sin embargo, la grandeza de la figura de Margaret Thatcher, reconocida por todos, sin más excepción que la del terrorismo norirlandés, estriba precisamente en la firmeza con que defendió sus convicciones y se aplicó a desarrollarlas en su acción política. Un ejemplo de cómo el ejercicio de la coherencia y la voluntad puede actuar de factor transformador de la sociedad. La Gran Bretaña de hoy, purgada de estatalismo invalidante por sus decisiones económicas, debe mucho a Margaret Thatcher, pero también se lo debe una Europa que sin su valor y falta de complejos, sin su apuesta convencida por la alianza con los Estados Unidos, a los que respaldó sin fisuras, hubiera visto prolongarse el muro de Berlín. Pero no nos engañemos, Margaret Thatcher fue ante todo, y sobre todo, una patriota británica que siempre antepuso los intereses de la Gran Bretaña a cualquiera otro. Y si actuó de manera decisiva en la primera construcción de la Unión Europea moderna, con la firma del Acta Única, lo hizo en cuanto a las ventajas que se derivaban para su país del establecimiento de un gran mercado único, pero, luego, se mostró inflexible respecto al proceso de integración política, del que nada podía esperar. Ha muerto, pues, una mujer irrepetible que protagonizó uno de los periodos más apasionantes de la pasada centuria, el de la caída del comunismo, y que no dejó indiferente a nadie. Una mujer de voluntad de hierro y de ideas inquebrantables.
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