Apuntes

Eso no me lo dice usted en la calle

¿Para esto hemos pasado del matriarcado al feminismo y del chuletón a la quinoa?

A ver, compañeros, que no hemos hecho una guerra para que ahora venga un indocumentado a llamar españolazo al gudari Otegui. Que no hemos puesto los muertos, los asesinos y los asesinados, hombres, mujeres y niños, en nombre de una Euskadi soberana, marxista, leninista y autogestionaria para que venga un machaca del Gobierno a darnos las gracias por nuestros desvelos en favor de los españoles. Y, además, de un Gobierno que después de haberse metido en la cama con nosotros, con la luz encendida y las ventanas abiertas, ahora se nos hace el estrecho y se cruza de acera como si fuéramos la bien pagá de la copla, que aquí, en las Vascongadas, se escuchaba mucho la copla, aunque ahora somos más del reguetón. Eso de buscar a la tipa fatal, la que te pone por lo pecaminoso y obscuro, y luego volverte al sagrado matrimonio de los votantes socialistas, ese vínculo indestructible de la perfecta casada, en cuanto las cosas pintan mal es un rasgo de machismo heteropatriarcal de aúpa.

Y no es que nos quejemos de las putadas de Pamplona, Vitoria y Durango, no, es que han ido ustedes de la mano de los peperos, que, dicho sea de paso, no hay manera de sacárselos de encima y eso que les hemos dado caña a espuertas. Pues ahí los tenemos otra vez, respirando, aunque sea de a poquito y sin darse mucho a notar. Vamos, que a ustedes también les dimos, pero, hombre, cuando parecía que ya habían asumido lo de la socialización del dolor y el compromiso por la paz se nos apuntan a un cordón sanitario y nos levantan la capital. Por supuesto, nuestra historia también tiene claroscuros y si te lees las actas de las asambleas –la mayoría de nosotros no entendíamos un carajo de lo que decían– verán que lo sencillo, un tiro en la nuca al enemigo del pueblo vasco y se pasa al siguiente, se complicaba con dialécticas sobre la imbricación de la violencia en el movimiento obrero mundial y otras zarandajas llenas de palabras raras, como panarabismo socialista, que no nos extraña a dónde hemos ido a parar.

Malo que para sacar del maco a unos compañeros que se han comido veinte años de trena, el que menos, hayamos tenido que hacer el africano obsequioso con los Presupuestos Generales, que casi parecíamos la sucursal de la socialdemocracia española en las Vascongadas. Malo que los del PNV se echaran unas risas cada vez que llamaban a nuestro jefe «hombre de paz» y malo que tengamos que preguntarnos para qué tanto follón, tanto matar, si volvemos al gueto mientras en Bilbao la gente de fuera hace cola ante el Guggenheim y en San Sebastián no cabe un gabacho más en los bares de la Kale Nagusia, que se ponen de tapas como si no hubiera un mañana.

Aunque para malo, pero malo de verdad, es que haya que llevar a tortas a la juventud para que aprendan euskera, que lo de Tik Tok va a acabar con todo, y que la única película que ha visto la peña es esa del lío entre un andaluz y una vasca. Ya sabemos que la culpa la tiene el PNV que se acojonó en cuanto vio cómo le iban las cosas a los separatas catalanes, que esos sí que han hecho el sí buana para sacar a su basca de la cárcel, y que ustedes, los socias, han puesto su granito de arena en las leyes de educación. De ahí el disgusto que tenemos. Oiga, que no hemos pasado del matriarcado al feminismo, de las pistolas a lo verde, que ahí están los siete cubos para separar la basura, y del chuletón a la quinoa para que ahora nos traten como apestados. Pero lo que es intolerable, lo que el señor Martín no se atreve a decirnos en la calle, es que gracias a nosotros se han salvado miles de vidas de españoles. Intolerable.