V de Viernes

Expirimentación animal

La ley impulsada por el Ministerio para la Agenda 2030 deja fuera de protección la experimentación en laboratorios, mientras se ceba con los dueños de mascotas

En abril del año 2020, la ONG Cruelty Free International (CFI) destapó escenas de extrema crueldad animal en el laboratorio Vivotecnia, situado en Madrid. Las reacciones fueron inmediatas y se sucedieron movilizaciones pidiendo el cierre de la instalación y la liberación de los animales. Perros de raza beagle, cerdos de pocas semanas de vida, monos, conejos sometidos a malos tratos y crueldad gratuita. Los trabajadores del laboratorio se reían, bromeban aplicando mal las técnicas y causando más dolor. Las imágenes captadas no daban cabida a la interpretación. Sin embargo, Vivotecnia negó la mayor y señaló a The Guardian que trabajaban para «garantizar la calidad, siempre teniendo en cuenta el bienestar de los animales”. Esta compañía se dedicaba a la investigación en las áreas de toxicología y seguridad farmacológica. Ofrecía servicios en el ámbito del desarrollo preclínico a compañías farmacéuticas y biotecnológicas, así como estudios de seguridad para productos de la industria cosmética, química, agro-química, biocidas y productos sanitarios.

La experimentación in vivo se centra en el uso de animales para “tareas científicas”. Se calcula cada año se utilizan más de 100 millones de animales vertebrados de diferentes especies. Se usan conejos, cobayas, ratones y ratas de manera habitual. Son quemados, mutilados, envenenados y gaseados, y si consiguen sobrevivir al proceso, matados para que sus cuerpos puedan ser estudiados o bien sometidos a tormentos en los que, por ejemplo, se inserta espuma de afeitar a presión en el estómago u otro tipo barbaridades para obtener resultados sobre, por ejemplo, lacas para el cabello, champús, dentífricos, medicamentos u otras sustancias. A los perros se les obliga a ingerir pesticidas. A los conejos les frotan químicos en la piel y los ojos.

La comunidad científica no se pone de acuerdo sobre si experimentar con animales tiene o no sentido, pues hay quienes sostienen que los resultados no son aplicables a los seres humanos, tratándose de duras pruebas que provocan convulsiones, ataques, parálisis y la muerte. Las Asociación alemana Arzte (Médicos contra la Experimentación) denuncia que esta práctica “no ayuda a los humanos enfermos, sólo es valiosa para satisfacer la curiosidad de los experimentadores”. En sentido inverso, los defensores dicen que la práctica es necesaria para obtener vacunas o combatir el párkinson o el alhzeimer.

La polémica es aún mayor cuando se ve que en la recientemente aprobada Ley del Bienestar, impulsada por el Ministerio para la Agenda 2030, de la ministra Ione Belarra, se pasa por encima de la experimentación, apenas mencionada al referirse a que los animales de laboratorio “deberán ser manejados con métodos no agresivos ni violentos que puedan provocar sufrimiento o causar ansiedad o miedo”. Mención a todas luces insuficiente, pues una ley de este tipo, con regulaciones sin tregua para los dueños de perros y gatos, debiera ser más garantista con un tipo de práctica que es bien sabido supera con creces los límites del Bienestar. Cuestión pertinente ahora que acaba de ser celebrado el Día Mundial de los Animales.