Con su permiso

Felicidad, o no

Laura teme que los próximos años de la política española traigan más división y enfrentamientos

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IlustraciónPlatónLa Razón

Escucha Laura el aplauso de emoción y alivio, la celebración jubilosa de la mayoría parlamentaria que sigue al anuncio por la no menos turbada presidenta del Congreso de la votación que consagra de nuevo como presidente del Gobierno de España al político dúctil y ambicioso cuyo funeral festejaban sus adversarios en mayo pasado, cuando su partido se quedó desnudo de poder autonómico y temblando de pavor ante la posibilidad de que la derrota tuviera una segunda edición en las elecciones generales. Nada de eso sucedió. Hoy lo celebran con natural y comprensible alborozo. Recuerda Laura cómo el propio aclamado mostró, frente al negro vaticinio de aquel mayo de derrota, su convicción de que se le podía dar la vuelta al resultado y al paisaje de tierra quemada que permitía intuir. Hoy es el primero en la parada festiva.

Acude a cumplir el trámite de la felicitación un Feijóo que aprovecha para decirle que se ha equivocado, que comete un error. Quién sabe si evocando que un error suyo, de pobreza de liderazgo, o de prisa excesiva, o ambas razones, contribuyó notablemente a que llegáramos donde estamos. Ay, aquellos matrimonios con Vox, piensa Laura que se dirá el gallego en algún momento. No sería la única razón, pero el caso es que tres meses después, el PP que se veía entronado, caía hasta entrar en derrota. De la convicción de mayoría absoluta a la certeza de la oposición. Porque recibió más apoyos, pero no pudo armar una mayoría. Y en política como en la vida, lidera quien es capaz de movilizar más voluntades en una misma dirección. Más aún en tiempos de escasez.

Sigue escuchando Laura el aplauso del Congreso y admite que tiene sentido que celebren, como tiene sustento perfectamente democrático lo que saludan, que es un gobierno apoyado en una mayoría parlamentaria. Se pongan como se pongan los ganadores derrotados, o sea, el PP y su potencial socio de VOX, el gobierno que sale del Parlamento tiene toda la legitimidad que le otorga ese origen.

Revive otros aplausos recientes. Aplausos también de emoción, pero no precisamente felices o de victoria. Los aplausos que un pueblo entero, su pueblo, regaló a Aníbal Vázquez, el alcalde minero, comunista y generoso, de Mieres, la capital de la cuenca asturiana del río Caudal, en su despedida tras doce años de gobierno y mayorías absolutas renovadas e invencibles. Se lo llevó el cáncer. Nadie podía con él porque le querían hasta sus adversarios. Sobre todo sus adversarios, que le votaban. Todo el pueblo no podía pensar como él, pero sí pedía en las urnas ser gobernado por un hombre que escuchaba, sabía, entendía, toleraba y solucionaba. Un minero curtido en la lucha sindical y de vecinos, que nunca dejó la calle ni se apartó de su necesidad y su pálpito. Que gobernó para todos y con mano tendida. Lo recordaba Yolanda Díaz –renovada en lo suyo y ya sin Podemos– con mención expresa a su generosidad y su obra. Los amigos de Aníbal se lo agradecieron. Pero acaso chirriara, piensa Laura, en una jornada política en la que lo que se estaba sustanciando era un paso que democráticamente era incuestionable, pero que a la luz del talante de Aníbal, se presentaba con algunas costuras abiertas y no pocos lastres.

No es que Aníbal se fuera a pronunciar en contra: Díaz inició su última campaña electoral con él en Mieres. Pero cree Laura que el camino que se ha seguido para alcanzar ese objetivo final de gobierno legítimo e indiscutiblemente democrático –chirría también que haya que repetírselo a quienes siguen con la matraca de confundir el viaje con el destino– se ha alejado considerablemente de su forma de entender la política como lucha por el bien común, coherente, sin más interés que el de los administrados y siempre con mano tendida porque el gobierno es para todos.

Así al menos lo ve Laura que se teme que los próximos años de la política española, si es que la coalición forzada para la investidura no estalla antes por las costuras y los lastres, traigan más división y enfrentamientos. Porque ya no es solo que Sánchez sea un político cuya palabra vale lo que vale su necesidad –por eso insiste en hacer de ella virtud, y decirlo– sino que lleva su contradicción al presente. Además de sus conocidos cambios de opinión, es capaz de discrepar consigo mismo en tiempo real. Pensó en ello Laura cuando le escuchó en el debate levantar muros y al mismo tiempo justificar las concesiones a los independentistas y la compra de su relato falso, en que había que frenar el desafecto y la división. Con muros, claro, perfectos para evitar desencuentros. Pretende acabar con la división dividiendo. Tan contradictorio en sí como exigir a la oposición el necesario respeto al Parlamento y a sus mayorías, mientras saca al Parlamento de su función esencial de control al Gobierno, firmando que será un grupo minoritario, en el extranjero y con mediadores de fuera, el que fiscalice la acción del ejecutivo. Toma respeto al Parlamento.

Resuenan en el aire aplausos de júbilo. Laura aún no tiene claro si ella tiene algo que celebrar. Quizá sí, pero se lo van a poner difícil.