Tribuna

Liberalismo y populismo

El populismo emerge, así como una respuesta que desencadena en la trampa populista: la degradación democrática. A izquierda y derecha sobran ejemplos de cómo el populismo vacía la democracia y termina, sin cortapisas, en gobiernos autocráticos

En las últimas semanas han proliferado los agoreros del apocalipsis, aquellos que nunca alzaron su voz por la violación a los derechos humanos en Venezuela, o por los jóvenes cubanos encarcelados arbitrariamente por el régimen castrista solo por haber salido a protestar contra aquél. Sin embargo, ahora gritan peligro y se rasgan las vestiduras ante el avance de lo que para ellos es peligro, la derecha. Lo comprensible sería preocuparse por las fuerzas extremistas, más allá del signo ideológico. Se genera así un revuelo al confundir conceptos, no solo derecha e izquierda, cuyos extremos se tocan en la coincidencia sobre el rol del estado como un padre protector y bondadoso; sino también sobre el propio significado de liberalismo y, obviamente, olvidan la intrínseca relación entre democracia, liberalismo y libertad.

Empecemos entonces por el final, recordando esa obra tan necesaria de Friedrich Hayek, Nuevos estudios de filosofía, política, economía e historia de las ideas. Para él: «La concepción liberal es, pues, necesariamente la de una libertad en la ley, una ley que limita la libertad de cada uno con el fin de garantizar la misma libertad para todos. (...) Es más bien la libertad posible en sociedad, y por lo tanto limitada por las normas indispensables para garantizar la libertad de los demás. En este aspecto y reconoce que, para que todos sean iguales en la mayor medida posible, la coacción no puede eliminarse completamente, sino sólo reducirse al mínimo indispensable para impedir que cualquiera –individuo o grupo– ejerza una coacción arbitraria en perjuicio de otros». (Hayek, 2007, p.171) Aquí aparece un elemento fundante de la tradición liberal y de los necesarios marcos institucionales, el estado de derecho. Este, a su vez, hace posible la conexión necesaria, inexpugnable, entre democracia y liberalismo.

Además Hayek agrega que «esta libertad, reconocida a todos los que se consideran responsables de sus propias acciones, les hace al mismo tiempo responsables de su destino: al tiempo que la protección ofrecida por la ley consiste en permitir a cada uno perseguir sus propios objetivos, esto no implica sin embargo que el gobierno tenga que garantizar al individuo particular un determinado resultado de sus esfuerzos. (...) La libertad que el liberalismo reivindica exige, pues, la eliminación de todos los obstáculos de naturaleza social que encuentren los esfuerzos individuales, pero no la concesión de ventajas concretas por parte de la autoridad estatal». (2007, p.172) En otras palabras, el liberalismo está en el extremo opuesto de aquellos líderes políticos que pretenden dejar a sus ciudadanos en la infancia o en la adolescencia eterna. Por el contrario, los invita a ser adultos, a hacerse responsables de sus decisiones sin culpar a otros por las consecuencias de éstas. Más que una invitación, es una exigencia. Me adelanto aquí al final: el populismo, sea de izquierda o de derecha, pretende que seamos siempre niños, en una infancia idílica donde alguien, para el caso, el gobernante, se ocupe de nosotros. En este punto, el conservadurismo y el socialismo se hermanan. Llegados a este punto, es el momento de preguntarnos ¿qué es el populismo?

La condición inicial para la emergencia del populismo es la existencia de una serie de demandas insatisfechas. No importa cuál sea su sentido, carácter u origen, lo relevante es que estas demandas no son resueltas por el sistema político. Siguiendo esta línea es posible pensar que las rupturas populistas están asociadas a una crisis de resultados o outputs del sistema político. Estas múltiples demandas insatisfechas son la base para la construcción de la ruptura populista puesto que en virtud del significado y configuración que se haga políticamente de las mismas será el tipo de sujeto popular resultante.

El populismo emerge, así como una respuesta que desencadena en la trampa populista: la degradación democrática. A izquierda y derecha sobran ejemplos de cómo el populismo vacía la democracia y termina, sin cortapisas, en gobiernos autocráticos. La novedad de las últimas décadas es que esto ocurrió desde la misma democracia, en un proceso de erosión permanente cuyo resultado está a la vista con lo ocurrido en Venezuela. Puesto de este modo, el problema no es la derecha o la izquierda sino el populismo y el vaciamiento de las instituciones: los frenos y contrapesos, la rendición de cuentas, la transparencia, la competencia, la periodicidad.

Revisemos otro punto importante: los extremos (y extremistas); el politólogo italiano Leonardo Morlino distinguió entre la polarización y la radicalización de los actores políticos. La polarización se entiende como «la tendencia de agregación sobre polos de las posiciones políticas de los principales actores partidistas en términos de votos y escaños, es decir a nivel de las masas» (Morlino, 2009: p. 63). La radicalización, por su parte, implica «un aumento en la distancia entre los mismos polos o entre las diversas fuerzas políticas sobre problemas sustantivos y, por consiguiente, también en la conducta hacia el régimen en el sentido de un desinterés, o bien una oposición activa más o menos extrema» (Morlino, 2009: p. 63). El populismo aumenta la polarización puesto que la separación de la sociedad en campos diferenciados y antagónicos tiende a producir ese efecto. También son proclives a radicalizar a los actores, en un doble sentido. Por un lado, los oficialismos suelen adoptar comportamientos poco cooperativos con la oposición, incluso adoptar políticas de descalificación o neutralización. Por otro lado, las oposiciones en respuesta a este tipo de comportamientos replican con una actitud similar. El resultado es la dificultad de diálogo entre los actores y la consecuente erosión democrática. Este cambio en las relaciones políticas junto con el desdén hacia las instituciones de la democracia liberal son los elementos que transforman a la democracia populista en la puerta de entrada al autoritarismo. Puesto de otra manera, en una democracia liberal, competencia y participación son elementos fundantes; en el populismo (sea de izquierda o de derecha, insisto) la competencia es vapuleada (en el extremo, perseguida) y la participación es manipulada o coartada. El storytelling populista cuenta con una serie de elementos que sirven para comprender mejor su antagonismo característico. Por un lado, se encuentra el sujeto popular, el pueblo. Su principal característica es su pureza moral (Mudde & Rovira, 2017). Junto al pueblo está un villano que puede adquirir diversas alternativas: la oligarquía, algún país enemigo, la clase política, los extranjeros, la izquierda, la derecha, y así sucesivamente. Finalmente emerge el líder, el movimiento o el partido que encarna la ruptura populista capaz de redimir al pueblo. Desde allí, el populista crea su propia religión, el culto al líder, el salvador. Y no sobra recordar que el populismo es ideológicamente imparcial, hay populistas a izquierda y derecha. El problema es el populismo y su vecino de al lado, el autoritarismo.

La pregunta más importante queda sin responder: las instituciones impiden que la sociedad se desmorone siempre que haya algo que impida que se desmoronen las instituciones (Elster, 1990: p.146), entonces, ¿qué impide que las instituciones democráticas se erosionen? Esperemos que pronto, el liberalismo, encuentre una respuesta.