Aquí estamos de paso

Mentira e irresponsabilidad

No está el PSOE o la izquierda para aleccionar a nadie sobre coherencia y firmeza de criterio

Hemos normalizado la falta de compromiso en la política. Cierto es que nos ha costado, pero ya está aquí. Y, como corresponde a una normalización bien hecha, nos lo tragamos sin indigestión. Tanto acudió la política pública, en especial el sanchismo gobernante, al digodiego y la rectificación, que se nos terminó haciendo callo, y ahora lo que tenía que doler nos resbala. O hasta es mérito digno de alabanza, como sostienen los más cafeteros de los partidarios, para quienes decir una cosa y la contraria sin pestañear no es un defecto sino un loable rasgo de inteligencia política, de pragmática inteligencia política. Eso es lo que explica que los esperados bramidos desde el lado izquierdo por el sonoro digodiego de Extremadura, apenas hayan rebasado los decibelios de una discusión normal y no ocupen en el calendario más de dos o tres días de política. A ver, no está el PSOE o la izquierda para aleccionar a nadie sobre coherencia y firmeza de criterio. El cambio de opinión es un valor en alza, aunque disfrace la traición a la palabra dada. Por tanto, se dice una cosa, luego se hace otra, y nada sucede. Es lo normal.

Pero ocurre que no es la mentira lo único que estamos empezando a tragar. También les toleramos la irresponsabilidad. En Barcelona, el Partido Popular ha propiciado que el alcalde sea socialista antes que ocupe la alcaldía un indepe. En Vitoria, tres cuartos de lo mismo. Es coherente. Son actitudes de responsable coherencia. Pero me malicio que se van a quedar ahí.

Vox está empezando a ocupar puestos de relevante responsabilidad institucional. Es un partido de amplia representación que recoge el sentimiento de cientos de miles de españoles. Eso, sin duda, legitima su posición política. Del mismo modo que tiene derecho a desplegar una estrategia de poder que pase por entrar en gobiernos autonómicos. Aunque no crea en las autonomías. Está en su derecho, insisto. Pero ser críticos con una formación que niega la violencia machista o el cambio climático, que, como dice la que gracias a ellos será presidenta extremeña, deshumanizan a los inmigrantes, es también un derecho al que puede acogerse cualquiera. Y yo lo hago. No me gusta que Vox esté en las instituciones. Además, en organismos en los que no cree –Autonomías– y gestionando realidades que niega, como el Medioambiente, desde responsabilidades en gobiernos autonómicos. No es sólo incoherente, sino también peligroso.

Mucho peor, creo, le parece a la izquierda. Y sin embargo, el PSOE ya ha dicho que no va a mover un dedo para evitarlo. Que ni votará a favor ni se abstendrá en caso de que el próximo día 24, se plantee la posibilidad de que Vox entre en el gobierno de España con el PP. Allá ellos... Lo hace, además, con orgullo de clase y sin vergüenza alguna. Normalizando la irresponsabilidad de no evitar lo que estaba en su mano. Y nosotros, todos, aceptándolo. Lo que no es sino normalizar el trágala de cuanto mejor peor. Por las mismas, sería deseable que, en caso contrario, el PP tuviera un gesto encaminado a evitar que un gobierno socialista volviera a apoyar la gestión de las cosas de España en quienes nada quieren tener que ver con ella o directamente la desprecian.

Algunos dirán que esto es añorar el bipartidismo, pero el viaje a su disolución hemos visto todos cómo acabó cambiando los términos sin cambiar la realidad. Pasamos del bipartidismo al bibloquismo que es aún peor.

Ya hemos normalizado la mentira. Al menos levantemos la voz para que, además, no nos traguemos la irresponsabilidad.