Apuntes
El ministro Urtasun y el Tesoro Quimbaya
Hay que repatriar el castillo de San Felipe para desembarazar a Colombia de un símbolo colonialista
El gobierno colombiano ha puesto de nuevo en circulación el asunto del Tesoro Quimbaya, una colección de piezas de oro y cobre precolombinos halladas por unos saqueadores de tumbas a finales del siglo XIX, que el presidente Carlos Holguín regaló públicamente, con motivo de los fastos del IV Centenario del Descubrimiento de América, a la Reina María Cristina. El motivo último fue agradecer a la monarca española el apoyo a Bogotá en un conflicto territorial con Venezuela. En el Museo de América se conservan 136 piezas del Tesoro. Otras trescientas andan desperdigadas por el mundo, vendidas por quienes se hicieron con ellas o entregadas por el gobierno colombiano como parte de su política exterior. Si tenemos en cuenta que el Museo del Oro del Banco de la República de Colombia guarda 60.000 piezas de arte precolombino, 33.000 de ellas de oro y cobre, la colección que se conserva en Madrid no llega ni a la categoría de migaja. Ahora bien, cada vez que nos cae un ministro de Cultura progresista, como Ernest Urtasun, los irredentistas colombianos aprovechan para reclamar el tesoro de marras a ver si hay suerte. Y puede que la haya, no sólo porque recorre Occidente una corriente de mala conciencia con respecto a su historia saqueadora de otras culturas –lo que no es el caso de los orfebres quimbayas, que se habían extinguido siglos antes de que llegaran los españoles al valle del Cauca–, sino porque el ministro Urtasun parece inclinado a pasar a la posteridad con un gesto de reparación cultural retrospectiva hacia los pueblos indígenas americanos. Que fueran los criollos quienes acabaran con la mayoría de nuestros indios, que militaron en el bando realista, durante y después de las guerras de independencia, no parece que tenga la menor importancia. Digo yo, que, si quiere pasar a la historia, Urtasun podría proponer cosas molonas tan marxistas como la nacionalización de la banca, la estatalización de las eléctricas o la colectivización de la agricultura extensiva, pero no, que eso ya no es progre, y lo de los indígenas, pues sí, que algo tiene que vender la izquierda a su clientela, además del calentamiento global y las cosas del feminismo. Por ello, me atrevo a proponer que, a cambio del Tesoro Quimbaya, repatriemos piedra a piedra el castillo de San Felipe de Barajas, esa fortaleza del cerro de San Lázaro en Cartagena de Indias, monumento que recuerda la oprobiosa tiranía española sobre Colombia y que, por lo tanto, el presidente Gustavo Petro, que es progresista como el que más, no pondrá la menor objeción a la hora de devolverlo. El castillo, además, tiene valor histórico, más allá de que la UNESCO lo haya declarado Patrimonio de la Humanidad, porque fue allí donde Blas de Lezo acabó de descalabrar a los británicos de Vernon en 1741. Y que nadie se excuse en problemas técnicos, que ya nos trajimos el Templo de Debod desde el valle de los Reyes, en Egipto, y ahí está tan estupendo, presidiendo los terrenos del antiguo Cuartel de la Montaña. Así, pues, Urtasun mataría (perdón, es metafórico) tres pájaros de un tiro. Colmaría su pasión indigenista, tocaría las narices a esa media España a la que desprecia porque no piensa como él y desembarazaría al gobierno comunista colombiano de un símbolo de la opresión colonial. Eso si es pasar a la historia y, además, en las dos orillas hispánicas del Atlántico.
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