El bisturí

Neolenguaje al servicio del Gobierno socialcomunista

Se altera el sentido de las palabras para edulcorar su significado

No hace falta ser Ferdinand de Saussure, Umberto Eco, Jacques Derrida o cualquier otro semiólogo prominente para concluir que el que domina el discurso tiene mucho más fácil domeñar luego el mundo. Además de describir la realidad circundante, el lenguaje contribuye a crearla, pues lo que no puede nombrarse es como si no existiera, y también sirve para moldearla a conveniencia. De ahí la importancia que ha tenido su control en todas las épocas de la historia. Aunque ha existido siempre una fuerte competencia por hacerlo, en España y en otras partes del mundo la izquierda, mucho más hábil en estas lides, ha logrado imponerse a la derecha, instaurando lo que podría calificarse como «políticamente correcto». En este relato, queda fuera, obviamente, lo que no lo es, y se altera el sentido de las palabras para edulcorar su significado, o se sustituyen por otras más convenientes para el poder establecido.

Los ejemplos son múltiples. Cuando la tormenta financiera y la crisis de deuda golpearon con saña a España, la palabra «quiebra» quedó proscrita cuando acompañaba a las pensiones, la sanidad pública o a otros pilares del llamado estado del bienestar. En su lugar, los dueños del discurso dominante utilizaban el eufemismo de la sostenibilidad, en un claro intento, sin duda, de atemperar la realidad de las magnitudes económicas en aquellas fatídicas fechas. Famosa es también la apelación que hace la vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, a la necesidad de instaurar una «fiscalidad del siglo XXI», términos que en realidad encubren su intención de aprobar una salvaje subida de impuestos para poder disparar con ellos el gasto a conveniencia. En este retorcimiento del lenguaje, la hoy ministra de Hacienda se ha hecho una especialista consumada, y no es infrecuente escucharla hablar de «recargos de solidaridad» y otras expresiones grandilocuentes a las que nadie osa oponerse pero que llevarán aparejado un vaciamiento de los bolsillos de dimensiones siderales para los sufridos españolitos de a pie.

Los dueños del relato y de lo políticamente correcto ya no llaman inmigrantes a los inmigrantes; ahora son simplemente migrantes, como también han dejado de utilizar la expresión cambio climático para emplear en su lugar la de emergencia climática, mucho más dramática que la primera, y que ya ha quedado vacía de contenido a base de tanto utilizarla. Este neolenguaje, cuya llegada ya avanzaba George Orwell en la obra 1984, no utiliza el término aborto, sino interrupción voluntaria del embarazo, mucho menos peyorativo que el primero, y también ha desplazado a un lado el término pandemia porque la gestión de la misma no fue precisamente favorecedora para el Gobierno. No es extraño que Carolina Darias cambiara el escenario de las comparecencias en el Ministerio de Sanidad para no utilizar la sala que usaba Salvador Illa en plena efervescencia del virus causante de la covid. Esta alteración del lenguaje y hasta de los escenarios para no herir susceptibilidades está llevando ahora a desplazar el término viruela del mono por otro con menores connotaciones. Como Mpox es demasiado anglosajón, ha salido ahora a la palestra el del Viruela M., mucho más aséptico y neutro. Algunos de los defensores de tal cambio llegan incluso a negar la existencia de una emergencia internacional y acotan el problema a África, ignorando la declaración pública que hizo la Organización Mundial de la Salud y aplicando el principio de que lo que no se cuenta es como si no existiera.