Los puntos sobre las íes
¿Con qué cara pedirán ahora justicia los fiscales?
A un justiciable en el banquillo le quedará el recurso de responder lo obvio: «Que antes se aplique el cuento vuestro jefe»
Ciertamente, Pedro Sánchez está siendo un presidente innovador, disruptivo, revolucionario si se quiere. Un tipo que ha cambiado las formas de ejercer la primera magistratura ejecutiva del Estado. Es el primer inquilino de La Moncloa que ha consumado algo inconcebible en 2018: un pacto estable de gobernabilidad con ETA, los asesinos de 856 españoles, ¡¡¡12 de ellos socialistas!!! Y que no me vengan los pesadísimos masajistas monclovitas con el cuento chino ese de que Bildu no es ETA porque su número 1 (el malnacido de Otegi) era el capo di tutti capi de la mafia etarra cuando asesinaba compulsivamente y, en el colmo de la desvergüenza, esta gentuza llevó a 44 terroristas convictos y confesos en las listas de las últimas autonómicas y municipales. Sánchez es el primer presidente que tiene de aliado a un partido independentista, el pionero también en ir de la mano de los autores del segundo acto de insubordinación constitucional de la democracia y para rematar la jugada el one en haberlos amnistiado. El marido de Bego también pasará a la historia por haber sido el primero en colar comunistas en el Consejo de Ministros. Se ha estrenado también en el caradurismo nivel dios de las puertas giratorias: nunca nadie había pasado sin solución de continuidad de ser ministro a gobernador del Banco de España (Escrivá), a fiscal general (Dolores Delgado) y a magistrado del Constitucional (Campo). Y jamás un premier español se había puesto del lado de una banda terrorista, Hamás, frente a un Estado impecablemente democrático, Israel. Tampoco se dio el caso de una presidenta consorte biimputada. El afán por ser el primero de la clase en el arte del mal le ha llevado a hacer historia por enésima vez: ni Suárez ni Calvo-Sotelo, ni González, ni Aznar, ni Zapatero, ni tampoco Rajoy, tuvieron un fiscal general del Estado imputado. Digo tuvieron, y digo bien, porque al número 1 de la carrera fiscal lo nombra el presidente del Gobierno por imperativo constitucional. Por cierto: este cargo siempre lo habían ocupado fiscales de Sala o magistrados del Tribunal Supremo, rango del que carecían en el momento del nombramiento tanto Álvaro García Ortiz como su antecesora y madrina, Dolores Delgado. Otra novedad histórica. Lo de Álvaro García Ortiz es para mear y no echar gota. Que imputen al fiscal general por un gravísimo delito sancionado con hasta cinco años de prisión –revelación de secretos– es gravísimo, pero no tanto como el hecho de que se bunkerice en el cargo, de que nos haya venido a decir metafóricamente a todos los españoles algo así como que dimita nuestra reverenda madre. La inmoralidad no sólo es que García Ortiz contravenga los más elementos principios de funcionamiento democrático, que también, sino más bien que obligue a sus 2.700 compañeros a ingerir las mismas dosis de cianuro que él se ha autorrecetado. Conviene no olvidar que el artículo 1 del Estatuto del Ministerio Fiscal señala claramente que «tiene por misión promover la acción de la Justicia en defensa de la legalidad». Yo me pregunto con qué cara pedirán a partir de ahora los miembros de la carrera que se haga justicia teniendo, como tienen, a su baranda caminito de Jerez. A partir de ahora cuando se vea apuntado por el dedo acusador de un fiscal, a un justiciable en el banquillo siempre le quedará el recurso de responder lo obvio: «Que antes se aplique el cuento vuestro jefe». Sánchez, que no García Ortiz, que es un monigote, ha conseguido cargarse en seis años el enorme prestigio de una institución que tiene 154. Otro récord, maligno, pero récord al fin y al cabo.
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