A pesar del...

Shriver y la propiedad

La propiedad no es una obsesión sino un derecho, quizá el más importante de la sociedad de mujeres y hombres libres

Nos hemos ocupado antes aquí de las novelas de Lionel Shriver (véase https://bit.ly/47om2TP). Hoy abordaremos Propiedad privada, colección de cuentos junto a un par de novelas cortas.

Algunos críticos políticamente correctos aprovecharon que el Pisuerga pasa por Valladolid para arrimar el ascua a su sardina, y sostuvieron que Shriver ilumina una moderna y peligrosa obsesión de la gente con la propiedad individual. Es justo al revés, porque la propiedad no es una obsesión sino un derecho, quizá el más importante de la sociedad de mujeres y hombres libres. No es, en efecto, casualidad, que todas las dictaduras la condicionen, limiten o extingan. Además, no tiene nada que ver con la modernidad, porque la preocupación por defender la propiedad tiene miles de años (véase: «Venerable síntesis liberal: los Diez Mandamientos», aquí: https://bit.ly/42zeZUP). Por fin, el mensaje de Shriver en muchos de estos relatos gira en torno a la perniciosa e ilegítima propensión –que puede efectivamente tornarse obsesiva– que algunas personas tienen con la propiedad ajena.

En efecto, puede tratarse de una mujer que desea en el fondo seguir siendo dueña de un antiguo amante que se ha casado con otra; o una joven con escaso criterio que abusa de la hospitalidad del matrimonio de ancianos que la aloja en su casa; o de dos emigrantes que luchan por una vivienda que en realidad no es suya; o de un joven perfectamente inútil que rehúsa abandonar el hogar, en el que abruma a unos padres desesperados; o un hombre que comprende en un aeropuerto que el poder realmente ejerce una propiedad virtualmente absoluta sobre sus súbditos.

En estos textos, como en las otras dos novelas mencionadas, Lionel Shriver demuestra que, entre profundas, irónicas, angustiantes o divertidas reflexiones sobre la naturaleza humana, es capaz de defender la libertad y la propiedad, hablando incluso explícitamente de Europa y sus «horrendos tipos marginales del impuesto sobre la renta».

En la España del sanchismo resultará interesante su sarcasmo contra los separatistas: «El nacionalista ama por encima de todas las cosas su propio agravio; utiliza su sufrimiento como un garrote para golpearte en la cabeza. Un nacionalista nunca es feliz si no logra que otro sea infeliz. Esto dicho, no es feliz nunca. Un nacionalista feliz es un oxímoron. Por tanto, lo peor que se puede hacer con un nacionalista es intentar darle lo que reclama».