Apuntes

«Traición es, mas como mía»

Don Luis no tiene derecho a sentirse traicionado por Don Juan, todo lo más a enfadarse por desavisado

Recordarán del Tenorio de Zorrilla la escena en la calle entre don Juan y don Luis Mejía que acaba con esa cínica frase, «traición es, mas como mía». El caso es que don Juan se había apostado que esa misma noche, víspera de la boda, se cepillaría a doña Ana de Pantoja, la esposa en ciernes de su rival, y para despejarse el camino, amén de otros turbios enjuagues, hizo que sus criados se le echaran por la espalda a don Luis y le retuvieran hasta el alba. El autor nos exime de la escena cruda de la violación engañosa de doña Ana de Pantoja, que queda sobreentendida, y nos enlaza, veloz, con el «no es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla...» de la seducción de la inocente doña Inés, escena que acaba como el rosario de la aurora. Zorrilla, para dar fe de la clemencia divina, para cantar la misericordia infinita de Dios, en una escena final que es un compendio de la teología que informa el catolicismo, nos pinta un don Juan sin escrúpulos de ninguna clase a la hora de colmar sus instintos. Abusador de indefensos, falsario y sacrílego, para el que la traición es un medio más, un simple instrumento para sus fines. Que alguien de esta calaña alcance la salvación del alma con un punto de contrición y de sincero arrepentimiento a la hora de la muerte puede parecer injusto, pero, ya les digo, que ha servido de salvavidas para muchas generaciones de españoles, pecadores de tres al cuarto los más, aferrados a la fe del carbonero. Tal vez por ello, el Tenorio haya dejado de representarse por la fiesta de Todos los Santos, no vaya a ser que se cuele algo de religiosidad en las nuevas generaciones. Pero, en realidad, la cuestión que quería plantearles es si puede considerarse un acto traición lo que es propio de quien lo comete. Es decir, si don Luis Mejía puede considerarse traicionado conociendo de sobra, así nos lo explica la obra, la catadura moral de un tipo como don Juan, del que cabía esperarse cualquier engaño. El mismo don Juan reconoce paladinamente que es una traición lo hecho, pero con ese remate de «mas como mía», viene a explicarnos que el pobre don Luis no tiene derecho a sentirse engañado, todo lo más, a enfadarse por no haberse hecho acompañar también de sus criados. Sin llegar a estos extremos, quien más o quien menos ha conocido a gentes trapisondas, de palabra esquiva y que, dicho coloquialmente, pueden vender hasta a su madre para conseguir una ventaja o salir de un atolladero. Si son de buen trato, de comercio amable y tienen el don de la simpatía, se les suele perdonar, eso sí, siempre que no la hayan montado muy gorda. Otros caminan entre excusas vanas y, por fin, los hay que niegan la mayor con desparpajo, aunque la víctima gima a sus pies con cara de tonto. Pero si seguimos el razonamiento, ¿cabría tildar de traición si el Gobierno no cumple el pacto firmado con el PP con respecto a la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial? La duda que se nos plantea no es, desde luego, menor. Los simples espectadores, los que no tienen que jugar el papel de don Luis Mejía o el de doña Ana de Pantoja, entenderán que no hay traición en lo que viene cantado desde la escena primera del Tenorio. Intuyen que al pobre don Alberto se le va a guindar el guaperas de don Pedro, haga lo que haga. Pero en esta obra el final no está escrito y lo mismo hay un giro de guion con sorpresa. Hasta electoral.