Historia

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Aquel agosto de 1947

Era la primera vez que un presidente recorría en coche abierto las calles de la capital de España. Los aplausos populares demostraron la profundidad del cambio

La Razón
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Recientemente ABC ha publicado documentos importantes que contribuyen eficazmente a puntualizar lo que ya conocíamos. Según los timbres que en ellos se perciben se trataba de informes desde la Secretaría General del Movimiento y abarcan esos tres años especialmente difíciles del término de la Segunda Guerra Mundial. Es importante añadir datos y explicar las cosas. Aunque desde 1943 el Gobierno español había logrado un cierto acercamiento a los aliados anglosajones estaba informado de que en Yalta Stalin había conseguido imponer su criterio de que el Régimen español considerado afín al III Reich debía ser marginado o destruido. En la opinión pública era abundante también el pensamiento de que los aliados iban a destruir al franquismo. Fue entonces cuando el conde de Barcelona que significaba la legitimidad monárquica decidió publicar el Manifiesto de Lausana en que presentaba la restauración de la Monarquía como nueva vía política abierta a los modelos de la democracia parlamentaria y no la popular que el stalinismo propugnaba. Lógicamente Franco se disgustó amargamente pero años más tarde en conversación privada reconoció que don Juan había cumplido con su deber. Hoy sabemos que un sector importante de protagonistas del Alzamiento de 1936 –citemos los nombres importantes de Gil Robles, Vatela y Sainz Rodríguez– trataron de convencer a don Juan y también a los aliados de que entre las dos vías extremas, la Republicana presidida por Martínez Barrios que prescindía absolutamente de la derecha, y la del Movimiento dominado por el falangismo, podía presentarse a los anglosajones una tercera: la de una Monarquía conciliadora que pactase con los antiguos enemigos devolviendo a la Monarquía su condición «de todos los españoles». El tiempo diría que no se trataba de un falso sueño aunque fuese prematuro formularla cuando aún los rescoldos de la guerra civil alimentaban el fuego. Don Juan consintió en que Gil Robles y Sainz Rodríguez negociasen en San Juan de Luz con Indalecio Prieto, socialista moderado e inteligente. Pero esa conferencia fracasó. Los antiguos miembros del Frente Popular exigían un gobierno provisional que procediese a un plebiscito para fijar la forma de Estado, Monarquía o República. Lo cual podía significar un retorno al 17 de julio. Pero mientras tanto habían sucedido dos cosas que no deben olvidarse: la muerte de Roosevelt y el relevo de Churchill. Ambos en Postdam habían descubierto que el stalinismo aspiraba a una hegemonía en Europa, tendiendo un telón de acero para fortalecimiento del totalitarismo definido por Lenin. En ese caso ¿qué podía suceder si en España se cambiaban las cosas de un modo radical? Truman, eminente miembro de la Masonería, no podía sentir aprecio por Franco, pero compartía con Churchill, que ante los Comunes había reconocido el acierto de su conducta durante la guerra, el temor a que el stalinismo lograra su objetivo. Un retorno del Frente Popular podía resultar peligroso. También dentro de España predominaban las opiniones temerosas de un retorno a la guerra civil. Por consiguiente uno y otro decidieron reajustar su política. Ninguna duda acerca de que el franquismo debía ser cambiado pero ¿cómo hacerlo sin brindar a Stalin la oportunidad de ampliar más el populismo soviético? Don Juan aceptó por su parte que la conferencia de San Juan de Luz había sido un fracaso.

Estamos ya en 1947 el año en que se funda la Unión Europea y Franco había dado dos pasos tranquilizadores: Usando textos tomados de la Constitución monárquica promulgó un Fuero de los españoles que era un primer paso, cortísimo sin duda, pero hacia un futuro, y organizó un plebiscito acerca de la Sucesión en que España era reconocida como reino. En agosto de ese año el Caudillo y el conde de Barcelona se reunieron a bordo de un yate para tomar una decisión: aquel niño Juan Carlos que pronto iba a cumplir la edad en que se comenzaba el bachillerato tenía que ser educado en España ya que un día, sucediendo al padre o al Jefe del Estado, estaba llamado a reinstaurar la Monarquía de todos los españoles. Así descubrimos la más lejana de las raíces de la Transición. En ella el papel decisivo iban a jugarlo los Estados Unidos. Un día el cardenal Spellman, arzobispo de Nueva York, y estrechamente vinculado a la familia del difunto Roosevelt, tomó en Roma el avión que debía devolverle a América. Se hizo una llamada urgente a Barajas; se había producido una avería que obligaba a aterrizar. Un pretexto urdido que permitiría al importante prelado llegar a El Pardo en donde se había preparado su almuerzo con el Generalísimo. Su informe resultó decisivo. Pequeños grupos de senadores y congresistas americanos pasaron por Madrid y confirmaron las noticias. Así se llegó a un giro magistral: las negociaciones que condujeron a los «agreements» de 1953 han hecho de España no sólo una Monarquía constitucional sino una aliada fiel y garante para los Estados Unidos. Es algo que conviene a los políticos de nuestros días tener en cuenta sin hacerse eco de las desconfianzas que en torno al presidente Trump se están trazando. Si Norteamérica necesita de España muchas más son las razones para que España no pueda alejarse de los Estados Unidos. Recordemos un detalle. El pacto con Washington aunque concertado muy pronto hubo de retrasarse hasta que se concertó el concordato de 1953 ya que una de las condiciones estaba en la libertad religiosa. Como no se trataba de una simple tolerancia como ya se predicaba sino del reconocimiento de un derecho esencial el Gobierno español necesitaba un previo permiso de la Sede vaticana. Mucho debe el país a la Iglesia en puntos como éste. Termino: Recuerdo aquel día de 1959 en que Eisenhower visitó Madrid. Era la primera vez que un presidente recorría en coche abierto las calles de la capital de España. Los aplausos populares demostraron la profundidad del cambio. Que Trump no nos haga olvidar ese momento decisivo.