Luis Alejandre

Asumir

Si quise resaltar el importante esfuerzo de los cerca de tres mil soldados y marineros desplegados por el mundo, obligado estoy a ampliarlo a sus familias, el verdadero soporte moral de nuestros contingentes, que asumen los riesgos de cada uno de ellos, pendientes cada día de las noticias que puedan llegar del exterior, asumiendo ante los hijos el doble papel de padre-madre o de madre-padre que también los hay

La Razón
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Utilizaba recientemente la expresión «ser de otra pasta» al referirme a la actitud de nuestros contingentes en Iraq sometidos no sólo a la presión de apoyar a un país en plena guerra por recuperar su soberanía, sino también por hacerlo en condiciones de vida y ambiente difíciles. En buen sentido protesta quien me apuntó la frase, un magnífico mando de Operaciones Especiales, que en un correo del 31 de julio decía: «No sólo no tenemos quejas, al contrario, muy lejos de quejarnos estamos orgullosos de defender los intereses de España en estas tierras». Añadiendo: «Por supuesto que lo más complicado son las relaciones familiares con los problemas que quedan en España, pero, como bien sabe, nuestras familias están hechas de otra pasta y sabemos que tenemos la retaguardia bien cubierta».

Si quise resaltar el importante esfuerzo de los cerca de tres mil soldados y marineros desplegados por el mundo, obligado estoy a ampliarlo a sus familias el verdadero soporte moral de nuestros contingentes, que asumen los riesgos de cada uno de ellos, pendientes cada día de las noticias que puedan llegar del exterior, asumiendo ante los hijos el doble papel de padre-madre o de madre-padre que también los hay. Por supuesto incluyo a los que preparan su relevo, a cuantos trabajan en la sombra para que no les falte nada, a cuantos realizan misiones que parecen menos importantes, pero vitales para nuestra seguridad y nuestra vida en nuestro propio territorio. Me acuerdo muy especialmente estos días de los miembros de la Guardia Civil y de la Policía Nacional que custodian Ceuta y Melilla en un dificilísimo trabajo y en los efectivos de la UME que no dan abasto a tanto incendio.

Por supuesto, no termina aquí la lista de quienes asumen voluntariamente trabajar por los demás. He repetido mil veces que el esfuerzo, el sacrificio, el compromiso, la propia asunción de riesgos, no son virtudes exclusivas de uniformados. Hace unos días cuatro colaboradores de la Fundación Vicente Ferrer perdían la vida en un accidente de tráfico en el sur de la India. Nieves, Josefa, Vicente y Francisco habían asumido los riesgos y viajaban para ayudar a los más necesitados, en lugar de disfrutar de unos días de vacaciones en una playa levantina. Escribía recientemente Reyes Monforte en estas mismas páginas (8 de agosto): «La muerte siempre duele. Pero cuando alguien pierde la vida para facilitar o salvar la de otros, el dolor se intensifica. Morir por solidaridad es lo que suele convertir a los muertos en héroes».

Y también recientemente la filósofa y psiconoalista Anne Dufoumantelle moría ahogada en una playa cercana a Saint-Tropez, al intentar salvar a unos niños arrastrados por la corriente. Tenía 53 años y tres hijos y en 2011 nos había dejado su obra más conocida: «Elogio del riesgo». «Cuando tenemos que afrontar un peligro, hay una inclinación muy fuerte a pasar a la acción y sacrificarse» había escrito; añadiendo: «Vivir sin asumir riesgos no es realmente vivir, es estar medio vivo». Guiada por el mismo impulso de sacrificio del que tanto había escrito, asumió el riesgo y se lanzó al agua para salvar a unos niños y fue ella al final la que murió ahogada. Por supuesto otra heroína.

Pero no deja de ser triste que para reconocer estos casos, tengamos que confrontarlos con la muerte. ¡Cuántos hechos se producen, a los que no damos la menor importancia! Todo un bosque de esfuerzos y sacrificios crece en silencio día a día en contraste con el ruido que provoca el desgarro de un solo árbol, desgarro que procede de escándalos financieros, de corrupciones, de claras muestras de insolidaridad como las que pregonan los actuales separatismos. Si hay insultos y descalificaciones, si hay amenazas, si hay pulsos, encuentran eco en nuestra sociedad, atolondrada en este tiempo ante la imperativa necesidad de recurrir, como si se tratase de un dogma de fe, al sol y playa aun a costa de hacerlo amontonados en carreteras y arenales.

No hace mucho un comandante español destacado en Mali defendía pistola en mano en el campamento de Kangabá a unas cincuenta personas ante un ataque terrorista, a la vez que alertaba con su teléfono móvil a las autoridades. En la refriega provocada por una de las ramas de Al Qaeda muy del estilo al perpetrado en la sala Bataclan de París, murieron tres turistas y dos policías. Héroe anónimo en este caso, por razones de seguridad. Pero hizo suyas las mismas características que señalaba Anne Dufoumantelle: ante un peligro, incitación muy fuerte a pasar a la acción y sacrificarse.

Ante la crisis de conciencia que vivimos, más atentos siempre a nuestros egoísmos, dejo constancia de que a nuestro alrededor viven muchas personas que asumen claramente su voluntad de servir a los demás.