M. Hernández Sánchez-Barba
Carlos de Gante
América fue especialmente decisiva para Europa. Cuando se agotaba la economía mediterránea africana, supuesta por fuertes demandadas de mercancía por las ciudades, suministrada por las caravanas metalíferas africanas, regida por las transacciones de la Banca centroeuropea, surge con el Descubrimiento de América por la España de los Reyes Católicos, precedido por el tratado de Alcaçovas (1479) de partición del Océano entre Castilla y Portugal.
También en ese momento tuvo lugar el vínculo matrimonial de la Casa de Borgoña con los Habsburgo de Austria y el matrimonio de Felipe «el Hermoso», Gran Duque de Borgoña, con Juana de Trastámara (1479-1555). El segundo hijo, primer varón, de este matrimonio fue Carlos de Gante, que habría de acceder a la Corona de Castilla y Aragón a la muerte de Fernando el Católico en 1516, al que Gracián llamó «último Rey de Aragón y primero del Nuevo Mundo».
A los 500 años del nacimiento de Carlos de Gante, por la magnitud de la herencia que recayó sobre él, se ha ocultado con cierto espeso cortinaje, a juicio de algunos historiadores, la valoración de su personalidad, e incluso de su vida, hasta su muerte en Yuste, siendo únicamente emperador, rodeado de negros crespones, entre los que sólo un punto de luz era el retrato de su adorada esposa, la emperatriz Isabel de Portugal, única persona en quien confió plenamente, la única a quien consultó profundas dudas que siempre atenazaron su espíritu.
Quizá por eso, después de enviudar sus decisiones eran repentinas y radicales, sobrepasado por la fuerte oposición religiosa a su gran ideal como emperador, que fue la unidad religiosa y política de Europa. Atacado por los nacionalismos exaltados de los Valois y de los Tudor; combatido por los movimientos reformistas protestantes, en los que se alineaban las personalidades de la disidencia protestante: Lutero, Calvino, Melanchthon. Ni siquiera la «vía media» del humanismo centroeuropeo, de los Países Bajos o Italia, le fue propicia; ni los turcos, ni los berberiscos. Sólo los españoles –aun cuando criticasen, en algunos casos, sus decisiones y no aceptaran algunos de sus designios– le fueron leales, a pesar del inicial rechazo a su primera Corte flamenca.
Sin duda, Carlos I de Habsburgo, emperador Carlos V, fue un hombre grande, no porque llegase a reunir en su cabeza setenta soberanías, entre ellas las de los territorios americanos, a los que absorbido por el Imperio europeo poca atención prestó. Ni llegó a prestar atención a lo que Hernán Cortés en su segunda «Carta de Relación» (30 de octubre de 1530) le escribe: «... He deseado que Vuestra Alteza supiese las cosas de esta tierra, que son tantas y tales que, como ya en la otra relación escribí, se puede intitular de nuevo emperador de ella y con título y no menos mérito que el de Alemania, que por la Gracia de Dios Vuestra Sacra Majestad posee».
América estuvo muy presente en las ideas y creencias europeas, aunque con limitaciones, ignorancias, prejuicios y soberbias, muy en especial para desprestigiar a Carlos I y en definitiva a España. La conquista constituyó un proceso de tal magnitud que cambió todas las coordenadas intelectuales, políticas, científicas y religiosas de la sociedad española con posiciones y opiniones de gran diversidad. Quedó la inmensidad de la América de los conquistadores, desde California al estrecho de Magallanes. No existía tal extensión del Reino en 1517, cuando Carlos I tomó posesión de Castilla, en conjunto con su madre doña Juana, muerta en 1555, un año antes de que abdicase la Corona de España en su hijo Felipe II.
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