Joaquín Marco
Dilema en «Ifema»
La pugna que está viviendo el PSOE es el reflejo de la socialdemocracia europea. El fiel de la balanza puede resultar tan decisivo como ejemplar
Hace unos días un cine barcelonés de cinco salas tuvo que cerrar sus puertas en la sesión de noche porque no había acudido ni un solo espectador. El cine como espectáculo que atraía a las masas y llenaba salas de cuatrocientos espectadores es ya cosa del pasado. El local vacío, pese a los cinco filmes de actualidad a elegir podría entenderse como todo un símbolo y hasta aplicarse a algunas cuestiones de índole política. El pasado domingo Susana Díaz, presidenta de Andalucía, anunció al fin su candidatura a la Secretaría del PSOE. Al acto madrileño en Ifema acudieron 7.000 personas y el partido tuvo que alquilar otro adyacente para otras 2.000 más. Sin embargo, lo destacable no fue tanto el número de militantes, sino las personalidades que arroparon a la candidata: prácticamente los protagonistas de la más reciente historia del PSOE. Allí estuvo Felipe González, cabeza de cartel de la socialdemocracia europea (¿pero hay otra al margen de Europa?) y el ahora reivindicado José Luis Rodríguez Zapatero, Alfonso Guerra, la lengua más afilada del partido cuando gobernó, aunque lejos de aquel tándem amistoso que saltó por los aires y no podía faltar Alfredo Pérez Rubalcaba, ni Carme Chacón, la que fuera primera ministra de Defensa, junto a otros ex ministros socialistas y presidentes autonómicos y líderes más jóvenes, como Eduardo Madina, que han de ser, de vencer, las muletas de esta socialista que pretende captar el «voto del que no tenga odio». Ocurrió lo que exigía: la aclamación. Al mismo tiempo, en la ciudad valenciana de Burjassot Pedro Sánchez, que cuenta con el apoyo de Josep Borrell, excéntrico en el partido, reunía 4.000 personas en el periplo que está realizando por toda España. Ximo Puig, sin embargo, presidente socialista de la Comunidad Valenciana se encontraba junto a Susana Díaz. El tercero en liza, Patxi López, reunía también doscientos fieles en Torrelavega, porque eligió encuentros íntimos con la militancia.
Se ha aludido mucho a la crisis que está sufriendo la socialdemocracia, acosada por el populismo –o como prefiera llamársele– situado a su izquierda, sea el movimiento de los Verdes o los restos del antiguo partido comunista que hoy adopta diversas denominaciones. La socialdemocracia española constituye, tras el fracaso de los socialistas franceses y las dudas que flotan sobre la alemana, un fenómeno que no puede ser ignorado en esta Europa de débiles anclajes ideológicos, de la que se entendió como uno de sus pilares. Queda muy claro, si no lo hubiera estado antes, que la caída de la Secretaría del PSOE de Pedro Sánchez, que había logrado el apoyo mayoritario de sus bases, fue resultado de una conspiración de «la vieja guardia» o de las esencias históricas del PSOE que temieron, no sin razones, que los podemitas acabaran gobernando de la mano de un PSOE que tenía a sus adversarios, a la vez, a derecha e izquierda. Aunque los nuevos actores, ya no de izquierda, sino de abajo, tuvieran como objetivo destruir el antiguo partido de su fundador, el linotipista Pablo Iglesias. Ahora se hallan en juego cuestiones no sólo nacionales. La primera de ellas es si el PSOE representa lo que asegura: los millones de votantes precisos para derrotar a un crecido PP, apoyado por un Ciudadanos liberal, que viene a constituir su rama renovada y joven de la anticorrupción. La abstención que propugnó la gestora socialista, tras el cese de su secretario general, ha facilitado el gobierno del PP y, a la vez, ha debilitado los principios de una izquierda que decía representar el partido socialista. Pedro Sánchez ha salido respondón y sustenta la teoría de que las bases que dice representar constituyen el PSOE del siglo XXI. Nos hallamos todavía en la primera fase de un debate de mayor alcance teórico.
El dilema que se planteó sin mencionarse en el acto de Ifema es, quiérase o no, si el PSOE se inclina, como parece, hacia posiciones conservadoras, continuistas y propias del siglo XX o se lanza, como el líder laborista británico, no sin contradicciones como el repudio a la inmigración, a un aventurismo izquierdista. La socialdemocracia que propugna el ex secretario –y de nuevo candidato– dice configurarse de abajo a arriba. Algo semejante apuntan los de Podemos, menos nuevos de lo que dicen, ya que engloban parte de bases y electorado del ya renqueante ex partido comunista de antaño. Se acusa a Sánchez de no haber conformado gobierno pese a haberlo intentado y se le tilda de perdedor nato. Y lo parece a los ojos de un PSOE histórico que pretende reconquistar el electorado de González o Zapatero que ya peina canas. Pero la España de hoy no es la de ayer. Los líderes de entonces no tuvieron que combatir el fenómeno territorial y el problema, un fantasma llamado Cataluña. Pero Sánchez, como la presidenta de Andalucía, forman parte desde hace años del mismo aparato que pretenden sustituir o defender. Susana Díaz ingresó en las Juventudes Socialistas a los diecisiete años y ha vivido desde entonces un proceso que le ha conducido hasta la candidatura. No tardarán, si vence a sus adversarios, a aparecer como arma de combate los nombres de Chávez y Griñán, que defendió con energía. Pero al margen de cuestiones más o menos locales, la pugna que está viviendo el PSOE es el reflejo de la socialdemocracia europea. El fiel de la balanza puede resultar tan decisivo como ejemplar.
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