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El viaje electoral: Podemos a la deriva

La Razón
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Miramos hacia atrás y no es fácil recordar cuándo empezó este viaje. Pudo ser a lo largo de los últimos años de la primera década de este siglo XXI. Tal y como principia Muñoz Molina su ensayo «Todo lo que era sólido»: «En algún momento cruzamos sin advertirlo la frontera hacia este tiempo de ahora». En enero de 2014 lo peor de la crisis parecía estar quedando atrás y, sin embargo, había algo que no funcionaba. Le preguntábamos a los españoles y más de la mitad nos decían que hacían falta partidos nuevos para gestionar un país que salía muy tocado por una crisis durísima y larga como no habíamos conocido hasta entonces. Era una crisis que, además, rompía el relato sobre el que se había fundamentado de la transición; un relato elaborado sobre la premisa de que Europa y la democracia significaban la concordia civil y el crecimiento económico.

Así, casi sin darnos cuenta, llegamos a mayo de 2014. Unas elecciones que para nuestra desgracia siguen siendo de segundo orden acabaron siendo un hito clave en nuestro viaje: un partido sin apenas estructura ni referencias obtenía algo más de un millón de votos y cinco diputados en el Parlamento europeo. Aquel resultado fue muy importante desde el punto de vista simbólico: por primera vez, un partido marginal, conocido gracias a una hábil política mediática, saltaba al primer plano de la política nacional y parecía poner en cuestión uno de los dogmas más sólidos de la ciencia política española: el bipartidismo obligatorio derivado de nuestro sistema electoral. Nuestro viaje continuó por meses extraños. Faltaba aún tiempo hasta las siguientes elecciones pero Podemos no dejaba de crecer en las encuestas. Después del verano, gracias a una imagen fresca y novedosa, llegó a alcanzar casi un 29% de intención de voto a nivel nacional en toda España. Era un partido que transmitía la sensación de ser algo radicalmente diferente a lo que había, y lo transmitía, además, sobre la base de marcos binarios, muy sencillos de entender y a su vez tremendamente populistas. Pero pronto empezó la caída: el descubrimiento de amistades poco recomendables, así como el progresivo deterioro de la situación griega bajo un Gobierno dirigido por sus homólogos helenos fue minando poco a poco la imagen del partido, hasta estabilizar su intención de voto en el entorno del 20%. Casi en paralelo, un pequeño partido, fundado por intelectuales antinacionalistas en Cataluña, empezaba, con la ayuda de un liderazgo joven y de pátina centrista, a crecer en intención de voto en todo el país.

Con este escenario llegamos a las elecciones andaluzas, el primer test serio al que se enfrentaban los partidos meses después de los comicios europeos. Aquel 22 de marzo todos pudimos comprobar que para los partidos emergentes no iba a resultar sencillo expandirse por el territorio nacional: la capilaridad que los dos grandes partidos siguen mostrando en sus territorios de referencia (como puede ser el caso del PSOE en Andalucía o del PP en Madrid) dificulta el poder articular discursos y encontrar candidatos locales con solidez suficiente como para disputar el espacio electoral a los grandes. Así, aquellas elecciones subrayaron también la importancia de las expectativas para analizar a posteriori los resultados electorales: con el peor resultado de su historia el PSOE se consideró ganador de las elecciones, mientras que con un magnífico resultado para ser sus primeros comicios autonómicos Podemos tuvo la sensación de haber obtenido un mal resultado. De igual manera, y pese a haber obtenido menos de un 10% de apoyos, Ciudadanos apareció también como uno de los partidos triunfadores en aquellos comicios.

Con estas etapas previas llegamos al final de la primavera de este año de 2015 y afrontamos unos comicios locales y en varias regiones con algunos matices de interés respecto a este tipo de elecciones en épocas pasadas: para empezar, fueron unas elecciones altamente contaminadas por la realidad nacional e incluso europea, en plena crisis griega. Todo hacía indicar que esta vez los electores iban a votar teniendo más en cuenta factores exógenos a la realidad local o autonómica en la que vivían, y así fue. Alcaldes de los dos grandes partidos con respaldos altos y proyectos muy consolidados, como el de Santander en un caso o el de Alcalá de Guadaira en el otro, perdieron la mayoría absoluta y sus ejemplos demostraron que, cuando llega la resaca, por muy fuerte que uno se amarre a la orilla, lo más fácil es que se lo trague a uno la fuerza del mar. Estas elecciones, además, confirmaron de nuevo que la valoración de los resultados está más ligada a las expectativas que a los números reales. Con unos resultados objetivamente malos el PSOE (los peores desde 1979 en unas elecciones locales y los primeros en los que el partido no fue ni primera ni segunda fuerza política en cuatro de las cinco ciudades más grandes de España) logró no sólo dar la sensación de que había aguantado el primer match ball de Podemos, sino que además consiguió formar Gobierno en varias ciudades españolas, mejorando así su cuota de poder respecto a 2011; mientras que los buenos resultados del PP (fue la fuerza más votada a nivel nacional) no pudieron compensar la pérdida cualitativa de poder que le ha supuesto perder ciudades como Madrid, La Coruña o Valladolid o regiones como la Comunidad Valenciana.

En el momento actual, cuando enfilamos ya ese final de etapa que serán las elecciones generales, estamos en una situación que sigue siendo novedosa por varios aspectos: en muchas ciudades y Comunidades Autónomas el papel de los plenos en un caso y de los legislativos en otros ha recobrado fuerza, al construirse gobiernos minoritarios que son vigilados por partidos que permiten gobernar pero no entran en el Gobierno. Los dos grandes partidos parecen resistir, a pocos meses de los comicios, el embate de los emergentes, unos partidos que no terminan de romper con una tendencia claramente bajista en el caso de Podemos desde hace meses, y con un techo de cristal desde su salto a la política nacional en el caso de Ciudadanos. Amortizada ya la experiencia de UPyD, IU se resiste a disolverse en Podemos y parece ensayar nuevas formulas que, a través de movimientos de unidad, le permitan resistir con éxito el tsunami que Podemos ha supuesto entre sus filas.

No imaginábamos hacia donde nos llevaba este viaje que iniciamos hace unos años, pero desde luego el destino hizo caso a Cavafis y nos ha entregado un camino largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. Ninguno sabemos ni dónde ni cómo acabará, pero todos tenemos claro que nos enfrentemos al escenario electoral más abierto de las últimas décadas en nuestro país.