Irak

En Siria e Irak se libra la misma guerra sectaria

Cuando la primera guerra del Golfo, con el Ejército iraquí batido en toda la línea y los palacios de Sadam Husein convertidos en escombros, los chiíes y los kurdos creyeron llegada la oportunidad de librarse de la tiranía y se sublevaron. Pero el régimen, aunque muy quebrantado por los bombardeos y las enormes pérdidas militares, consiguió rehacerse y aquello acabó en un nuevo baño de sangre. Nadie ha dado todavía una explicación al comportamiento de los países occidentales ante esa tragedia. Está probado que desde Washington se animó a los chiíes a la revuelta con promesas que resultaron vanas. Y lo que es peor: pese al establecimiento de un bloqueo sobre todo el espacio aéreo iraquí, se permitió operar sin restricciones a los helicópteros de ataque de Sadam. No hay cifras contrastadas sobre la matanza, pero se aceptan como más plausibles las de 60.000 muertos entre los chiíes, civiles desarmados en su gran mayoría, y 100.000 entre los kurdos. La brutal represión devolvió al país a la casilla de salida: el régimen, sostenido por la minoría suní, aunque no todos los suníes estuvieran de su parte, aguantó otra década, hasta que los atentados del 11-S, en los que Sadam nada había tenido que ver, cambiaron las concepciones geoestratégicas del mundo.

Esta vez se llegó hasta el final. Sadam caído, desmontadas todas las estructuras estatales –desde la Policía hasta el Servicio de Salud–, el país se sumergió en una guerra de todos contra todos en la que se entremezclaba la pura resistencia al invasor occidental con el aplazado ajuste de cuentas entre suníes, chiíes y kurdos. A los cristianos, simplemente, los barrieron del mapa. Los kurdos contaban con un territorio delimitado y una población homogénea, lo que limitó los daños y permitió establecer una línea de frente reconocible, pero suníes y chiíes compartían muchas de las mismas calles y plazas de las grandes ciudades. La guerra sectaria tomó el aspecto inmisericorde de una limpieza religiosa, con grandes desplazamientos internos de población y millares de víctimas. La tregua, en 2008, conseguida más por el agotamiento de los contendientes que por la convicción, no ha durado mucho. Las elecciones, como era lógico dada la composición del censo, dieron la victoria a los chiíes, y los suníes aprendieron el significado de «dar la vuelta a la tortilla», con el agravante de que en su imaginario mental se consideran, por derecho divino, los superiores naturales del mundo árabe. La revuelta siria, país en el que la mayoría suní perdió hace cuatro décadas el poder a manos de la odiada minoría chií, ha dado nuevas esperanzas a sus hermanos iraquíes.

Con los grupos de Al Qaeda como punta de lanza y los países del Golfo haciendo equilibrios sobre el alambre, la revuelta en Irak toma cada vez más amplitud. El Gobierno de Al Maliki, que el viernes se entrevistó con Obama para recabar ayuda militar, no consigue frenar la oleada de ataques terroristas que sólo en el mes de octubre se ha cobrado casi un millar de vidas. La torpe represión, con su rosario de redadas, torturas y ejecuciones, se muestra impotente mientras las provincias rebeldes suníes, las que llevaron el peso de la resistencia antinorteamericana, reciben apoyos de la rebelión siria y de cientos de combatientes voluntarios de todo el mundo suní. En Siria e Irak se libra la misma guerra. Líbano la seguirá.