Luis Alejandre
Encuentros en la Florida
Mañana día 18 los Reyes de España realzarán con su presencia los actos conmemorativos de la fundación de la ciudad de San Agustín, la más antigua de los Estados Unidos. El homenaje se centra en la figura excepcional del Almirante D. Pedro Menéndez de Avilés. Nacido en la bella ciudad asturiana en 1519 se enroló como grumete en la Real Armada a los 14 años y se inició en la dura lucha contra los corsarios franceses que desde su guarida de La Rochelle hostigaban la navegación en el Mar Cantábrico. Hasta el puerto francés persiguió nuestro marino a Jean Alphonse el más temible de ellos, dándole muerte. Felipe II, a quien acompañaría en Inglaterra para su boda con María Tudor, le daría el mando de la Flota de Indias. Desde Cuba en 1565 reunió una fuerza encabezada por el galeón San Pelayo llegando a la Florida donde desalojó unas concentraciones de luteranos franceses. Un 8 de septiembre, día de San Agustín, fundaba la ciudad que lleva su nombre. El homenaje de estos días, debe extenderse a quienes –conquistadores, misioneros, colonizadores– sembraron las semillas de lo que es hoy la nación más poderosa del planeta.
La Florida había sido reconocida por Juan Ponce de León (1513) y sucesivamente explorada por Cabeza de Vaca (1529), Hernando de Soto (1539-43) y Tristán de Luna (1559-61).
Las constantes luchas entre Inglaterra, España y Francia materializadas en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) tuvieron como se sabe, enorme influencia en la historia americana. España en la Paz de París (1763) que puso fin a la guerra, cedió a Inglaterra La Florida, a cambio de la restitución de La Habana. En esta política de canjes, también aparece Menorca restituida por Francia a Inglaterra a cambio de Belle Ille, una isla atlántica que mantiene entrañables lazos históricos con la balear menor. Es en este período que cerrará otra paz, la de Versalles de 1783, siendo tanto La Florida como Menorca dominios ingleses, cuando se produce una fuerte corriente migratoria procedente de pueblos mediterráneos, especialmente del menorquín. Estos, se incorporarían más tarde, naturalmente, a la Corona española mezclándose con el crisol de culturas que irán llegando a la región. Por el Tratado Adams-Onís de 1819 el territorio se convierte, no sin sufrir conmociones, en norteamericano. El primer alcalde de San Agustín se apellidaba Parpal, patronímico muy común aun en Menorca.
La conmemoración abarca por tanto, otros aspectos tan importantes como el puro cronológico de la fundación. Entraña 450 años de historia común en los que se incluyen todas las posibles aristas de una vida humana: ilusiones, migraciones, nacimientos, esfuerzos, dolor, muerte. Nos queda siempre lo positivo. Porque hoy, el resultado es un pueblo rico, generoso, culto, que sabe valorar y agradecer, que no quiere olvidar los sacrificios de quienes les precedieron.
El testimonio de aquellos menorquines es claro: partieron del Puerto de Mahón 1.403 hombres y mujeres atraídos por la oportunidad que ofrecía un mundo nuevo que el gobierno de Londres materializaba en cesión de acres de terreno. Tras una escala en Gibraltar, 248 de aquellos expedicionarios murieron en la larga travesía. Llegados a una zona que la cartografía española señalaba como «mosquitos», en los primeros seis meses murieron otros 450. No fue gratuita la aventura. Fundaron un pueblo que llamaron Nueva Esmirna en recuerdo de la ciudad turca que durante años fue ventajoso mercado de trigos para nuestros antepasados navegantes –corsos o comerciantes– que surcaban el Mediterráneo. Fracasado el proyecto de plantación de añil , en 1777 el grueso del grupo se desplazó a San Agustin, donde en un censo de 1784 ya llegaron a representar el 64,4% de su población contra el 11% de corsos y el 7% de italianos. Hoy, 30.000 ciudadanos de San Agustin se consideran descendientes de aquellos menorquines: celebran la Semana Santa con ritos, música y gastronomía común a la nuestra; se sienten orgullosos de la rica mezcla de procedencias, mediterránea de origen, atlántica hoy. Repito que en la conmemoración entran sacrificios y esfuerzos. Pero queda en el crisol, la suma de lo positivo, el valor de la integración.
Felipe VI encarnará mañana las políticas de Felipe II y de los Austrias ; los Pactos de Familia de los Borbones y las guerras entre potencias en Europa y en América. Allí estarán presentes –éxitos y fracasos– los tratados y paces firmadas por sus antecesores; las emancipaciones de nuestros hermanos iberoamericanos; el nacimiento de unos Estados Unidos que ayudamos a independizar aun a riesgo de contagio.
Y asturianos de Avilés, menorquines, españoles de otros confines e ingleses que nos acompañan, nos fundiremos en un mismo abrazo con nuestros hermanos de San Agustín bajo el arropo de aquella Corona de las Españas que hoy quiere dar valor al esfuerzo común, el enorme respeto a las generaciones que nos precedieron.
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