Luis Suárez

Frente al holocausto

El Consejo de Ministros de La Coruña tomó la decisión pasando instrucciones a sus diplomáticos. No había otro procedimiento que sacar a los sefarditas de aquellos lugares y traerlos a España sin reparar en gastos y sin perder tiempo

La Razón
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Se están rindiendo al fin merecidos homenajes a Ángel Sanz Briz por la gran hazaña de salvar a varios miles de judíos refugiados en Hungría. Lejos de mí disminuir sus méritos. Pero se corre el peligro de presentarla como simple iniciativa privada. Y no es así. Respondía a instrucciones del Gobierno español que ya en 1938 y por medio del conde de Jordana había prometido al Vaticano que el antisemitismo no sería establecido en España donde unas cuantas sinagogas seguían funcionando. Los servicios secretos israelíes comprobarían más tarde que ni uno solo de los judíos llegados a la frontera había sido devuelto. Con los sefardíes se pudo emplear la acción directa pues una ley de Alfonso XIII les reconocía como españoles pudiéndose proveer de documentos en embajadas y consulados que les convertían en extranjeros residentes. Un número no precisado de askhenazis también pudo aprovechar la oportunidad fingiéndose sefarditas. Hasta marzo de 1943 el procedimiento pareció funcionar. En Rumania hasta el fin de la guerra.

Pero en enero de 1943 el embajador Moltke comunicó que había recibido órdenes de Eichman –que preparaba el holocausto – de que esos «españoles» tenían que abandonar territorios dominados por Alemania antes del 31 de marzo. Desde Madrid se cursaron instruciones a Gines Vidal, embajador en Berlín, y a los demás diplomáticos para que tomaran medidas de protección. Entre ellas figuraron el alquiler de trenes, ya que no se permitía a los judíos usar las vías ordinarias. Muchos diplomáticos arrostraron incluso peligro personal para cumplir el cometido. A la hora de destacar méritos me gustaría mencionar nombres como Bárcenas en Roma y Romero Radigales, en Atenas por el especial peligro. Lo único que las primeras gestiones consiguieron fue que Eichmann ampliara hasta el 31 de julio el plazo de evacuación. Todos los diplomáticos fueron instruidos. Romero Radigales, como no conseguía barcos para el transporte, acudió al procedimiento de alquilar casas, poner banderas españolas y alojar dentro a los centenares de sefarditas que de él dependían.

El Consejo de Ministros de La Coruña tomó la decisión pasando instrucciones a sus diplomáticos. No había otro procedimiento que sacar a los sefarditas de aquellos lugares y traerlos a España sin reparar en gastos y sin perder tiempo. Jordana reprochó al embajador norteamericano Hayes que los aliados no estaban prestando ayuda. 365 judíos de Salónica pudieron ser sacados del campo de Bergen Belsen y traídos en un tren de carga a España en febrero de 1944. Años más tarde una de las personas que en él viajaron supo que estaba salvada cuando al mirar por la ventanilla vio un tricornio de la Guardia Civil. Recibió luego ayuda de la Benemérita.

El 8 de abril de 1944 una representante del Congreso judío Mundial visitó en Lisboa al embajador Nicolás Franco para darle cuenta de las terribles noticias que se estaban recibiendo. El exterminio era ya comprobable. El embajador no se limitó a comunicar al Gobierno la conversación. Tomó el primer tren, y despachó directamente con su hermano el asunto. Francisco tomó el teléfono y habló directamente con Jordana: no era posible perder tiempo. Y se enviaron instrucciones: hacer lo que se pueda y no perder horas consultando a España. El 2 de octubre de 1944 el Congreso judío Mundial acordó dar las gracias por lo que se estaba haciendo. Adelantemos un dato que Haim Avni ha recogido de los archivos del Moshav: fueron 46.500 los judíos salvados en esta oportunidad.

La muerte inesperada de Jordana hizo que Lequerica se hiciera cargo del Ministerio. Durante su misión en Vichy había tenido la oportunidad de operar dentro del problema, aunque contando con el apoyo de autoridades francesas que se mostraban igualmente favorables. Su carta al embajador en Washington, de la que se envió copia a todos los diplomáticos y que yo mismo he publicado, está redactada en términos muy duros. El problema judío había dejado de ser una cuestión diplomática para convertirse en algo que estremecía a quienes con él tenían que enfrentarse. En noviembre de 1944 el Congreso Judío propuso a España y al Vaticano como únicos interlocutores que negociasen en Berlín un acuerdo de intercambio de judíos por prisioneros de guerra. Pero nada pudo conseguirse en este sentido. El Congreso había pedido que ancianos, mujeres y niños debían ser los primeros rescatados porque se les enviaba a las cámaras de gas como a los inútiles para el trabajo.

Es importante tener en cuenta todos estos datos para valorar en todas sus dimensiones la hazaña de Sanz Briz. Al historiador no le cabe duda de que era consciente del peligro que le amenazaba. En Budapest los alemanes habían sustituido el régimen del regente Horty por una simple ocupación militar y las ejecuciones eran fáciles. El mismo día 14 de noviembre de 1944 en que Lequerica pasaba sus instrucciones para incluir entre los «españoles» a 250 polacos, el nuncio en Budapest reunía en su despacho a los diplomaticos que quedaban en Budapest para explicarles algo que acababa de averiguar: los alemanes se servían de agentes que engañaban a los judíos diciendo que podían salvarles a cambio de un dinero. Se trataba de hacer una lista completa para enviarlos a todos a Auswichtz u otros campos de exterminio. En ese momento muchos de los sefarditas salonicenses estaban ya de camino.

Sanz Briz y el nuncio visitaron al comandante militar y consiguieron el documento que permitió enviar automóviles y rescatar a aquellos súbditos extranjeros. Nunca tantos han debido a tan pocos. Para España es una cuestión de orgullo. La Memoria histórica no debe engañarnos. Con independencia de las ideologías políticas que se profesan resulta imprescindible recordar que el honor de España fue entonces salvado, quizás porque el Gobierno supo mantenerse por encima de las propagandas políticas que circulaban por las calles. Debe recordarse en este año de la piedad y la misericordia. En ello también tuvo su parte la Iglesia.