Lenguaje

Gálibos

La Razón
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Acudir al diccionario de la Real Academia de la Lengua suele ser para mí lección viva, luz de referencia. La palabra es resumen de pensamiento, es controversia, interpretación, recorrido histórico, expresión popular viva y a la vez latente de nuestras vidas.

Hace exactamente una semana, con motivo de la apertura por S.M. el Rey de la XII Legislatura, vivimos en la sede del Congreso de los Diputados escenas –postureos los llaman ahora– más propios de otras épocas y situaciones y alejadas de las más elementales normas de educación que merece nuestra España del siglo XXI. Por supuesto allí se enterró en ciertas bancadas el viejo dicho «lo cortés no quita lo valiente». Allí en ciertos espacios se revivieron los «sansculotte» que asaltaron la Bastilla en 1789 y las Tullerías en 1797, con los que sueñan al parecer quienes han jurado hoy asaltar los cielos. Allí reverdecieron los iniciales «descamisados» del peronismo, que mutaron pronto para convertirse en responsables de asesinatos, secuestros y voladuras con explosivos y que desembocaron en los «montoneros» y motivaron la violenta represión que sufriría Argentina en aquellos duros años.

Ante aquellas personas que permanecieron insultantemente sentados durante la interpretación del Himno Nacional, los que exhibían una bandera de no sé qué república, los que daban la espalda a la presidencia de la Cámara o que mandaban «tuits» insultantes a S.M. la Reina, ante esta «oposición de camiseta», como alguien los llamó, es decir ante unos personajillos que buscaban la gloria efímera ante unas cámaras, pensé que se habían salido del gálibo de nuestras formas de convivencia y mutuo respeto y consulté preocupado a nuestro sabio Diccionario. «Plantilla o patrón para trazar o comprobar un perfil»; «perímetro que marca dimensiones máximas»; en arquitectura, «buen aspecto de una columna por la acertada proporción de sus dimensiones» y finalmente en una palabra que me sorprendió: «elegancia».

El lector intuye por dónde voy. Nos habla el Diccionario de perfiles, de dimensiones máximas, de buen aspecto, de acertadas proporciones, de dimensiones, de elegancia. ¿Qué más puedo añadir? ¿A qué juegan quienes son capaces de acudir a una gala de cine vestidos para la ocasión, acordes con las reglas de juego –los gálibos sociales– de una asociación de cineastas y son incapaces de aceptar las reglas de juego de una institución esencial para nuestras libertades donde radica la soberanía de todos los españoles? ¿Hasta qué punto no tenemos derecho la mayoría de los españoles a exigir de nuestros representantes políticos unas elementales normas de comportamiento? ¿Son ellos los que hablan de dignificar la vida pública? ¿No respetan ellos en un embarque de avión, los gálibos máximos autorizados para sus equipajes? ¿Es que no acuden ellos a los entierros de familiares y amigos con compostura y vestimenta acorde con el momento de dolor? ¿O se visten de lagarterana?

Si queremos recuperar el prestigio de nuestras instituciones, si buscamos dignificar la vida pública, si queremos que haya límites razonables para quienes se abrogan la representatividad de todos nosotros, si queremos dar ejemplo de comportamiento a nuestra juventud, por mucha libertad de expresión que aleguen, deben respetar gálibos sociales, las reglas del juego. La alternativa es que la sociedad los acabe considerando como unos payasos y a la sede parlamentaria como un circo.

España pasa por una coyuntura extraordinariamente frágil de la que vamos saliendo con muchos esfuerzos y con buen rumbo. Hemos resuelto la crisis de gobernabilidad pero con dificultades serias y graves, como dijo acertadamente S.M. el Rey aquella tarde. Europa pasa también horas difíciles y el mundo vive en la incertidumbre y en las expectativas. Es como si la luz ámbar de nuestras señales de vida no diese paso a otras luces. Por tanto, no es cuestión de crear mas desasosiego.

Por supuesto, mejor si los gálibos vienen del propio convencimiento y del respeto al pensamiento de los demás. Es decir, si son «gálibos morales».

Pero si éstos fallan, habría que recurrir los «gálibos físicos», como en las entradas de túneles o en las puertas de embarque de los aeropuertos, o como tantos otros regulan nuestras actividades, nuestros comportamientos o nuestras formas de vestir. Me parece dura la fórmula «reservado el derecho de admisión» que figuraba en muchos de nuestros establecimientos públicos. Pero quizás vuelva a ser necesaria ante la contumaz persistencia de quienes, queriendo ser antisistema, viven y acampan demasiado bien gracias, precisamente, al sistema.

Creo que la excesiva permisibilidad va drenando poco a poco los fundamentos de nuestra convivencia. Y este mal ejemplo cala en los jóvenes. Luego nos alarmamos ante la noticia de la muerte por ingestión de alcohol de una niña de 12 años. ¿Cuántos gálibos de comportamiento se han sobrepasado para llegar a una tragedia como ésta?

Momento de reflexionar y de corregir el tiro, si es que aún estamos a tiempo.