Restringido

La armada milagrosa

La Razón
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Hace ya algunos años, me invitó a comer mi jefe norteamericano OTAN –un Almirante de cuatro estrellas– en Nápoles. Estábamos solos, relajados y éramos amigos hacía tiempo. Me comentó que ellos solían poner nombres de sus Estados a sus buques pues así lograban mayor apoyo para ellos. Le contesté que nosotros también hacíamos algo parecido: que tradicionalmente les dábamos nombres de santos porque sólo por un milagro podíamos esperar financiación para ellos. Nos reímos juntos tratando de olvidar nuestros pesares. Nuestras penas–por una vez– mayores que las suyas.

España invierte en su defensa y seguridad exterior menos de la mitad de lo que debería, teniendo en cuenta –solamente– la cifra a la que internacional y públicamente nos comprometemos. Consumimos más seguridad exterior que la que aportamos a nuestros aliados. Esta insuficiente inversión se reparte entre los cuatro ejércitos –los tres de siempre y la UME– lo que evidentemente no siempre fomenta el compañerismo entre armas, aunque abra una puerta a que intereses de tipo no operativo se cuelen de la superior mano política, como ya en su día advirtió el Presidente Eisenhower. Digo esto por que hoy no voy a hablar de toda la Defensa de España; solo de la parte que mejor conozco, la Armada, a la que he dedicado la mayor parte de mis 47 años de servicio.

Nuestra Armada –sin duda por la intervención de la Virgen del Carmen– es una de las que aún mantienen una cierta capacidad de proyectar poder militar sobre un litoral en el que se concentra el 80% de la población mundial y la mayor parte de sus intereses comerciales e industriales. Para proyectar algo, hay que primero poder llegar, lo que los marinos llamamos control del mar. También esto último lo podemos hacer –solos o coaligados– aunque en una escala limitada. Y si algún día se materializa cualquier amenaza contra nuestra España insular –Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla– la protección, el refuerzo y el contraataque también llegarían por mar. Pero ojala que la disuasión funcione y nunca haya que poner esto a prueba. Ojala que no haya nunca incendios, pero mejor será tener buenos bomberos preparados por si acaso.

Los buques que la Armada define y el Gobierno de turno autoriza (milagrosamente y a cuenta gotas) los construye siempre la empresa pública Navantia. Por eso –como humilde accionista virtual de dicha empresa y sufridor de sus consecuencias– creo estar autorizado para decir que tiene demasiados astilleros ––seis, tres solo en la Bahía de Cádiz y encima pretende crear uno nuevo en Rota– para que su estructura sea rentable a la vista de las penurias de la cartera de pedidos que descansa esencialmente en los escasos encargos de la Armada española. En Navantia hay que pagar los sueldos y los gastos fijos todos los meses, se construya o no buques. La rentabilidad de la Empresa en cambio será muy diferente en un caso u otro.

Este Gobierno saliente ha autorizado los primeros pasos para empezar a diseñar unas fragatas denominadas F-110 que sustituirán en su día a las clase «Santa María» que tienen ya 30 años entre sus cuadernas, con lo que esto entraña de obsolescencia de sus equipos y armamento. Es sin duda la prioridad número uno de la Armada porque sin protección militar no se puede llegar a ningún litoral en llamas, ni proyectar nada que no sea ayuda humanitaria –y eso solo inicialmente- ante catástrofes naturales.

Navantia esta construyendo cuatro submarinos denominados S-80 que deberían haber sustituido ya a los únicos tres que mantiene a duras penas la Armada. Si se perdiera la experiencia de nuestros submarinistas sería prácticamente irrecuperable. Ha habido una serie de errores en esta construcción –cosa que suele suceder a los que diseñan un submarino por primera vez- que están en vía de ser corregidos aunque hayan entrañado contratiempos operativos y disminución –que no desaparición– de las expectativas de exportación.

Sin discutir la prioridad de las F-110, creo que el nuevo gobierno que salga de las urnas tras las próximas navidades debería considerar la construcción de un segundo «Juan Carlos I» buque esencial para la proyección de un poder marítimo que abarca –alternativamente- desde la aviación de ala fija, a la ayuda humanitaria pasando por fuerzas de infantería, pero del que desgraciadamente solo tenemos uno. Uno es equivalente a ninguno si el adversario o la mala suerte hacen coincidir el tiempo de necesidad con la no disponibilidad del buque por mantenimiento o avería. El multipropósito tampoco ayuda excesivamente a su disponibilidad en el caso de que surja una misión de alta prioridad mientras está alejado cumplimentando otra. Esta construcción podría iniciarse inmediatamente –y cubrir huecos hasta las de la F-110– pues su fase de diseño esta evidentemente lista. Sugiero al futuro ministro de Defensa –por favor, que esta vez tenga carnet del partido– que este hipotético segundo buque de proyección debería denominarse «Real Felipe» pues es el único miembro de la Familia Real cuyo nombre no adorna la popa de uno de nuestros buques. Eso sí, descartamos el de «San Felipe» por aquello de los milagros con los que empezábamos estas pobres –pero sentidas– líneas.