M. Hernández Sánchez-Barba
La Iglesia visigoda del S. VII
Desde finales del siglo VI y durante el VII sorprende la importancia de la dinastía de Leovigildo (569-603), la cual fundamenta la unidad del Reino de Toledo, al que dará cimiento la Iglesia española, en muy extenso modo al desafío arriano en sus momentos finales del reinado de Leovigildo. Para conseguir el triunfo, los católicos no tuvieron más remedio que encontrar apoyo. Ante todo en África, pues desde el siglo III la Iglesia española buscaba en Cartago antes que en Roma. En el siglo VI fue estímulo muy importante por los monjes africanos huidos a España huyendo de las persecuciones religiosas del imperio bizantino. La Iglesia española, entre 580 y 583, facilitó el viaje de Leandro de Sevilla a Constantinopla, donde entró en relación con Gregorio, enviado especial del Papa.
Tal relación resultó de la mayor importancia, pues San Leandro estimuló a Gregorio para que concluyese la investigación acerca del Libro de Job, que publicó más adelante con el título de «Moralia». Al separarse, San Leandro regresó a España y Gregorio a Roma, donde llegó a ser Papa en 590, pero quedó abierta una decisiva comunicación, con lo cual la mayoría de las obras de San Gregorio se convirtió en el pensamiento más influyente de la Iglesia española del siglo VII, al que debe añadirse escritores de la importancia de Isidoro de Sevilla, Ildefonso o Julián de Toledo. No puede saberse con exactitud hasta dónde llega la deuda contraída por San Isidoro con su hermano Leandro. En su «De viris illustribus», Isidoro menciona los escritos litúrgicos de su hermano; conocemos el sermón de San Leandro en el III Concilio de Trento (589). A él se debe la organización de la Biblioteca de Sevilla y, desde luego, fue el maestro principal de San Isidoro. Otro hermano llamado Fulgencio llegó a ser Obispo de Écija y una hermana, Florentina, monja. San Isidoro sucedió a su hermano mayor como obispo metropolitano de Sevilla, según aparece en las investigaciones prosopográficas del catedrático Luis A. García Moreno. San Isidoro es la figura religiosa e intelectual más destacada del Reino como consejero habitual del rey Sisebuto (612-621) en asuntos relativos a la Iglesia y la cultura, así como Arzobispo de Sevilla. El más importante obispo coetáneo de Toledo fue Eladio, cuyo status metropolitano fue confirmado en el año 610. La preeminencia intelectual de San Isidoro era absoluta, la cual gira en torno a la unidad de la monarquía visigoda, pues ello implicaba la unidad del Reino, que a su vez descansaba sobre la unidad religiosa. Isidoro dirigió el II Concilio de Sevilla, donde se estudió un conjunto de temas de disciplina eclesiástica, seguridad y teología.
Sobre esa unidad intrínseca –Estado e Iglesia en pro de la unidad como bien común más preciado– son buen ejemplo las obras de San Isidoro, cuya lista elaborada por su amigo y discípulo San Braulio, Obispo de Zaragoza (631-651), fue incluida como apéndice en «De viris illustribus». La obra más destacada, con toda evidencia, es su monumental «Etymologiae sive orígenes», de carácter enciclopédico, que a lo largo de veinte libros expone la cultura y los saberes del mundo antiguo. Ofrece un compendio de conocimientos que ejerció influencia durante toda la época medieval.
Las «Etymologiae» se las encargó el rey Sisebuto, aunque no llegó a completarlas hasta la década del año 630; pero sí, en cambio, estuvieron precedidas por «Differentiae», donde estudia el significado de palabras similares en lo formal pero de discutido significado. Igualmente, «Synonymae de lamentationes anime peccatricis» y «De officiis», que se refiere a los diferentes servicios de la Iglesia, según existían en su época, de un valor considerable para canonistas; o «De natura rerum», que dedicó al rey Sisebuto, donde estudia los fenómenos de la naturaleza y los cómputos y divisiones del tiempo.
San Isidoro murió en 636. El diácono de Sevilla Redempto escribió un relato de sus últimos días. La fama extendida en la sociedad cristiana occidental se mantuvo como máxima autoridad en temas de derecho canónico y de cultura respecto a la Iglesia española siglos después. En cambio, su desaparición supuso la preeminencia de Sevilla en lo eclesial, que pasó con Braulio, el amigo y discípulo de San Isidoro, a Zaragoza y posteriormente a Toledo.
La mentalidad cultural de la España visigoda se aprecia en Isidoro de Sevilla y consiste en una suma de cultura cristiana ideal propuesta por San Agustín. Más allá, la clave consiste en conseguir la unidad como valor espiritual en cuanto formación moral de identidad a la superioridad goda cristiana frente a Bizancio, muy importante en San Isidoro, con la exaltación del patriotismo hispano frente a los merovingios de la Galia en la «Historia de Wamba» de Julián de Toledo.
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