Historia
La Revolución de 1848
Se repite como axioma imposible de negar tres temas que hoy de un modo radical preocupan la atención de la gente: el Hombre, el Universo y el Átomo. Que ello es consecuencia de la revolución científica del siglo XVII, cuyo ápice estuvo en Inglaterra, con la gran figura de Isaac Newton y su obra «Principios matemáticos de filosofía natural» (1687), cuyo supuesto metodológico consiste en la reducción de los fenómenos del movimiento a datos cuantitativos y mensurables. En 1713, en la segunda edición de la obra, Newton añadió el «Escolio general», donde se refirió de nuevo a las cuestiones de método y expuso los componentes religiosos de su pensamiento. Al morir Hooke, fue nombrado presidente de la Royal Society, desde donde ejerció hasta su muerte (1727) una auténtica dictadura cultural sobre el mundo científico británico.
Hasta 1980 los historiadores europeos veían las revoluciones de 1848 como «guerras de progreso» y no como procesos retrospectivos, siguiendo las formulaciones clásicas de Marx que las consideraban conflictos de clase, reflejando la afirmación del nuevo proletariado y de las vanguardias de intelectuales radicales. Las ciencias sociales y las ideas políticas no se detenían, ni miraban hacia atrás, ni establecían diferencias entre el desarrollo intelectivo de la realidad, distinta entre Europa, Asia y África. Las revueltas de las inteligencias radicales, de los jóvenes nacionalistas, de las ciudades que estallaron en la primavera de 1848, amenazando a los gobiernos y derrocando a algunos de ellos. Fue en las grandes ciudades europeas, centros del viejo orden, donde las revueltas urbanas eran fáciles de sofocar por las fuerzas conservadoras y la ciudadanía burguesa que todavía se acordaban de 1789.
1848 no podía ser por el considerable «décalage» cronológico entre 1687 y 1727, pero principalmente por el distinto fundamento intelectivo humanístico de cada momento. Se ha investigado muy a fondo y con enorme interés la compleja composición de lo que se ha conocido, más bien, en la política de 1848 como el primer intento de evasión hacia la democracia del socialismo. En primer lugar, la literatura romántica, contrastando con el «romanticismo popular», constituido este último por los recuerdos de la revolución francesa de 1789, con un vocabulario en el que la idea clave era «libertad», así como los títulos de los periódicos como «L’Ami du Peuple». Escribía Tocqueville en «Souvenirs» que los revolucionarios de 1848 estaban más preocupados de recordar la revolución que de hacerla. Era, en realidad, una mística del progreso y un culto de la ciencia, la sólida consecuencia del libro de Newton un siglo antes, como recoge Renan en «L’Avenir de la Science», escrito en el invierno de 1848-49.
En definitiva, se advierte el carácter pedagógico de esta revolución. Las escuelas saintsimonianas llegaron a otorgar a la revolución un papel fundamental, educativo, cívico y popular. El culto al pueblo conduce a un populismo que en 1846 Michelet, en «Le peuple», manifestó como una concepción idealista, incluso frecuentemente espiritualista, de la política. Paralelamente, las ciencias sociales aplican problemas más importantes que los de la Física nuclear, como por ejemplo la propagación de los Estados totalitarios y las guerras revolucionarias, o impulsan novedades como la «acción psicológica», «las relaciones públicas» o «la introducción de lo inesperado», bien para obligar al cambio de orientación política, o para interferir proyectos dejándolos «inefectivos»: operaciones tácticas de técnica sutil, originando que la «práctica» fuese más decisiva que la «teoría», lo cual acarrea que las líneas de la moral, los valores intelectuales, la conciencia y las creencias, perdiesen importancia.
En esta tesitura, los hechos dominan los momentos históricos en que ocurren e imponen el predominio de formidables espejismos, como el de Voltaire en «Lettres anglaises»: el comercio enriqueció a los ciudadanos ingleses y contribuyó a enriquecerlos; esto aumentó el comercio, lo cual ha hecho la grandeza del Estado. Con lo cual situó en vanguardia el ciclo del progreso, pero no impidió que una nueva distribución de la riqueza hiciese inevitable otra nueva distribución del poder. La serie perduró hasta 1848: liberalismo, nacionalismo, socialismo democrático. Altamente dinamizado por grandes movimientos históricos coetáneos: «gran colonialismo», «revolución industrial», «imperialismos». El socialismo dejó de ser un sueño humanitario para convertirse en doctrina «científica» y, sobre todo, esperanza de la clase obrera.
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