Historia

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Pascuas

Mañana, a los 224 años de aquella primera Pascua Militar, con estrategias diferentes, sin enemigos en Europa, abierto el mundo a otro tipo de conflictos, se rememorará aquel «querer dar a los ejércitos una muestra del Real aprecio, haciéndolo llegar a los capitanes generales, gobernadores y comandantes militares a las tropas...»

La Razón
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Para un viejo soldado escribir desde Menorca un 5 de enero es «de obligado cumplimiento», reflexionar sobre la Pascua Militar. Fue tal la alegría del buen rey Carlos III al conocer la toma a los ingleses del castillo de San Felipe que cerraba la bocana del Puerto de Mahón, que quiso igualarla a las festividades pascuales. La Pascua de los judíos que conmemora su salida de Egipto, lo que de hecho señala su nacimiento como pueblo y las Pascuas Cristianas, la genuina de la Resurrección, la de Pentecostés y las de Navidad. Todas rememoran pasos, saltos, vida nueva. De ahí que las primeras coincidan con fechas cercanas al principio de la primavera.

Menorca y Gibraltar significaron el coste que debió pagar la España de los Borbones por el cambio de dinastía. La Guerra de Sucesión tuvo, indiscutiblemente, dimensiones europeas. La participación británica en el conflicto dando apoyo al pretendiente de la Casa de Austria se basó en la salvaguarda de sus intereses más directos, especialmente los comerciales. Un eje Versalles-Madrid era un riesgo para la supervivencia de la Gran Bretaña, que articuló su libertad de acción estratégica en dos ejes: buscar la superioridad naval y una política de alianzas con otras naciones. Bien lo trabajaron en Utrecht estableciendo (art. 2º del Tratado del 13 de julio de 1713 ) la cláusula de que las coronas de Francia y España no pudiesen recaer en una misma persona «por el peligro que amenazaba la libertad y salud de toda Europa».

Carlos III lo tuvo siempre presente. El puerto de Mahón, situado a mitad de trayecto entre Toulon y Cartagena, era un auténtico puñal clavado entre las bases de las dos armadas borbónicas en el Mediterráneo. De ahí el valor de Menorca. No pudo repetirlo con Gibraltar. Se rompía en 1782 lo acordado en los varios tratados de Utrecht firmados en 1713. Habían pasado 68 años.

Mañana, a los 224 años de aquella primera Pascua Militar, con estrategias diferentes, sin enemigos en Europa, abierto el mundo a otro tipo de conflictos, se rememorará aquel «querer dar a los ejércitos una muestra del Real aprecio, haciéndolo llegar los capitanes generales, gobernadores y comandantes militares a las tropas...». El mensaje llegará a todas las guarniciones, buques y bases de España, pero muy especialmente a los 2.235 soldados y marineros desplegados en medio mundo. Nunca se había estado presente en tantos frentes y dado respuesta a misiones tan diferentes, que van desde el cerco a Mosul, hasta las fronteras de El Líbano, pasando por reforzar sistemas de defensa en Mali o en Somalia; o en ayudar a rescatar emigrantes en el Mediterráneo, mar en el que la «Navarra» ha elevado a 7.500 los socorridos en la «operación Sophie» y que hace unos días nos brindó la entrañable imagen del nacimiento a bordo de la pequeña Muna.

La ministra Cospedal ha intentado en poco tiempo hacerse cargo del valor del despliegue, viviendo desde el sofocante calor de Koulikoro, hasta la polvareda de una perdida base en Besmayah.

Mañana se hablará de esfuerzos, de cohesión, de unidad. Presente en Palacio el ministro del Interior ratificará un trabajo bien desarrollado por su antecesor integrando como nunca a Fuerzas Armadas con la Guardia Civil. Cuando no hay trincheras, ni uniformes diferentes, ni frentes fijos donde ubicar al enemigo, se necesita como nunca la mayor integración de esfuerzos, la más desarrollada inteligencia común. Habrá tiempo para recordar a los desplegados, pero sobre todo a los que nos dejaron y a los que resultaron heridos o sufren secuelas. Yo pediría un recuerdo especial para estos «soldados desconocidos» a los que Carlos III refería como «las tropas». Son los que no parecen importantes, los que no destacan en los medios , los que callada y disciplinadamente cumplen con su misión. Son los mismos que leen declaraciones insultantes de ciertos representantes políticos o saben que no son bien vistos ni tratados en ciertas manifestaciones públicas. Y son los que están en contacto con las miserias que muchos políticos han provocado. Los que sufren con los que sufren, sin esperar nada a cambio. No debe extrañarnos que hoy, en Qala-e-now la población afgana les reclame. Como los echaron de menos en Mostar o en los monasterios ortodoxos de Kosovo. Para esto sí sirven; para una feria en Barcelona, no.

Hoy el puñal está clavado en Oriente Medio, pero sus desgarros tienen alcance mundial. También como en la Europa de Carlos III, aparecen intereses estratégicos, pero a la vez tristemente, guerras culturales y fanatizadas interpretaciones religiosas. Lo sufrimos en Occidente, pero sobre todo lo sufren ellos mismos. Chiíes y suníes no encuentran mejor modo de entenderse que el coche bomba, el suicida con chaleco explosivo o el insultante degüello vendido en las redes.

¡Que estas Pascuas nos den fuerza para imponer la vida donde hoy sólo impera el odio!