José Jiménez Lozano

Perplejidades tecnológicas

La tecnología, es decir, un pensamiento, producido por la lógica y la teoría combinatoria, al margen de la razón pensante en la historia real y, en consecuencia sin sombra de ética y sabiduría, y sólo encaminado a la eficacia material y unidimensional

La Razón
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Se ve que todavía quedan restos de humanidad, aunque se llevan odiando y tratando de destrozar más de cincuenta años atrás; pongamos que desde el tiempo en que Sir Bertrand Russell avisaba que no había mucho que esperar de las inteligencias artificiales, cuando podía comprobarse que las naturales dejan bastante que desear. Y se contaba la historia de un Mayor inglés en presencia del cual y a cuyo requerimiento se preguntó a la máquina correspondiente si había llegado ya un envío urgente en un avión especial, y la máquina había contestado con un escueto «yes» en audio y pantalla, y el general comentó: «¿Es que este aparatito sabe quién le está preguntando no tiene la cortesía de responder, “Yes, Sir!’’», y de dar respuesta circunstanciada?

Pero no hacía falta recurrir a una historia cómica, porque había a mano una verdadera, que se reveló como muy seria, y era la protagonizada por el general Mac Arthur, en el momento de la rendición del Japón y tras el dramático suicidio de miles de japoneses al enterarse de que su Emperador había negado su origen y condición divinos. El general preguntó, o trató de preguntar, a la Presidencia de los Estados Unidos acerca de qué opción debía tomar: si la de abolir la institución imperial o no. Pero la respuesta fue la de una computadora que se refería a los muy altos costes del proyecto en cuestión, de manera que la máquina inteligente se iba por los cerros de Úbeda o de la Vía Láctea –que lo mismo da– y el general protestó contra el hecho de haberle puesto en trance de hablar con una máquina y no con el Presidente de los Estados Unidos, que era el único que podía decidir en asunto que, además, no era cuantificable, sino con una entidad puramente moral.

Estos hechos fueron ciertamente llamativos e importantes para llevar a la conciencia de las gentes el hecho de que una cosa es la técnica y muy otra la tecnología. En el primer caso estamos ante una especie de ortopedia que multiplica nuestra acción física e intelectual, y nosotros decidimos en qué medida y cómo utilizamos esos instrumentos. En el caso de la tecnología, se trata de una máquina que hemos construido introduciendo en ella una serie de instrucciones y respuestas de lógica formal a ciertas acciones o preguntas por nuestra parte, que la máquina nos ofrece en virtud de los datos que tiene y con la lógica matemática debida, y nosotros obedecemos. Esto es la tecnología; es decir un pensamiento, producido por la lógica y la teoría combinatoria, al margen de la razón pensante en la historia real y, en consecuencia sin sombra de ética y sabiduría, y sólo encaminado a la eficacia material y unidimensional. Pero es ella la que produce esa eficacia, y de aquí la inocente o religiosa cháchara dedicada a esa deidad de la tecnología, que nos torna irresponsables.

Pero ya decía Lacan que la tecno-ciencia tenía sus perplejidades como ahora brotan éstas ante la tecnología, y recientemente en una llamada «Declaración de Barcelona» los expertos en robótica, no es que avisen de que «despedir empleados y reemplazarlos por los sistemas de inteligencia artificial es un error muy serio», es que también advierten que «muchos de los problemas fundamentales de la inteligencia artificial no están resueltos. Y algunos puede que no se resuelvan nunca», y parece que esa tecnología estaría obligada a una rendición de cuentas, y que en el ámbito europeo se piensa en la juridicidad y control de ese mundo tecnológico, ante el que ya se tiene la insistente impresión de que, como todas las conquistas tanto materiales como sociales que se han hecho en nuestro tiempo a partir de un determinado momento, ofrecen ambigüedad y desastrosos efectos indeseados, que hacían preguntar a una vieja campesina rusa, a uno de los científicos que habían ido en ayuda de Chernóbyl, en presencia de un niño con más de diez dedos en las manos, si aquello se llamaba ciencia.