Alfredo Semprún
Rusia y el papel de los aliados
Vladimir Putin, en un arranque de generosidad, agradeció ayer a los pueblos de Francia, Reino Unido y Estados Unidos su «contribución a la victoria» sobre la Alemania nazi, de la que se conmemora el 70º aniversario. Para la mayoría de los rusos, fueron ellos quienes ganaron realmente la Segunda Guerra Mundial, atribuyendo a los aliados occidentales un papel secundario en el triunfo. Vienen a decir que, sin el sacrificio de los ocho millones de soldados soviéticos en los frentes de batalla, a los occidentales les hubiera sido imposible alcanzar la victoria en Europa. Que sólo el desgaste de los ejércitos germanos en el Este hizo posible el avance aliado por Francia, Holanda y Alemania y, como prueba, aducen que en el invierno de 1944-45 las fuerzas anglonorteamericanas estaban paralizadas entre las Ardenas y el Rin, mientras que la ofensiva rusa se abría paso incontenible hasta el Oder, ya a tiro de piedra de Berlín. Al argumento se le suele añadir una maldad: que los alemanes resistían como fieras a los soviéticos, pero se rendían a las primeras de cambio ante los occidentales, lo que ayudaría a explicar el enorme diferencial de bajas en combate: los ocho millones de rusos, frente al medio millón de ingleses y yanquis, o los dos millones y medio de militares muertos de los propios alemanes.
En realidad, la Segunda Guerra Mundial la ganó la aviación estratégica aliada, respaldada por el tejido industrial estadounidense. Lo que ocurre es que el «bombardeo de Europa» siempre ha tenido mala prensa y ha estado sometido a un proceso revisionista, como tal, simplista, que considera lo ocurrido como una barbaridad prácticamente inútil. Ciertamente, cuando uno estudia el asunto y descubre lo que significaba una «tormenta de fuego» sobre una ciudad como Maguncia, abrasada por vientos de 250 kilómetros por hora y mil grados centígrados; las siete noches y días sobre Hamburgo –40.000 civiles muertos–, la destrucción del mayor patrimonio histórico de Europa –desde Ruan, en Normandía, hasta Colonia–; el horror sumo de la coordinación científica de bombas incendiarias, explosivas y retardadas, lanzadas por millares sobre poblaciones abiertas –millón y medio de víctimas civiles–, la frialdad con que los equipos de físicos, químicos, arquitectos y geógrafos británicos estudiaban cada ciudad-objetivo para asegurar la mayor destrucción por tonelada de explosivo, comprende que no sea uno de esos asuntos de los que mostrarse orgullosos. Sobre todo, cuando algunos de los últimos ataques, como el de Dresde, ya eran innecesarios. Pero, en julio de 1944, el jefe de la industria alemana, Albert Speer, reconocía la pérdida del 98% de las plantas de combustible; hasta 900.000 soldados servían en la artillería antiaérea, restándolos de las unidades de combate; la Lutwaffe se veía obligada a retirar la mayoría de los escuadrones de caza del Este y las infraestructuras ferroviarias habían sido demolidas.
Con los alemanes sin gasolina, trenes, cazas y reservas, los rusos pudieron abrirse paso con su táctica habitual: poner cientos de miles de muertos donde, con un poco de arte militar, se hubieran necesitado muchísimos menos. El «bombardeo» también fue costoso para los aliados, que perdieron 90.000 aviadores sobre la Europa ocupada –55.573, británicos– y provocó vivas discusiones morales, incluso en la época. Hubo que esperar a 2010, para que una estela recordara en Gran Bretaña a los pilotos del Mando Estratégico de Bombardeo de la RAF. Pero sin los bombardeos, Alemania hubiera resistido durante mucho más tiempo, enlazando, muy probablemente, con el desarrollo operativo del arma nuclear –en la que los nazis progresaban adecuadamente– y llevando el horror de la guerra al paroxismo. Nada de esto parece contar para Putin, que alimenta la vieja idea de la Guerra Fría de una Rusia prácticamente abandonada a su suerte por unos aliados que, secretamente, anhelaban su mayor desgaste. Una Rusia que, en definitiva, se contentó con extenderse hasta el Elba cuando hubiera podido llegar al Rin. Porque, ya se sabe, sólo ellos ganaron la guerra.
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