José Jiménez Lozano

Un aviso necesario

Obviamente, las autoridades españolas se encargarán de acabar con insurrecciones y barbaries y de establecer la paz pública, tal y como el Rey de España ha asegurado, y la sociedad española irá sabiendo lo que realmente ha ocurrido para extraer de esos sucesos las necesarias consecuencias

La Razón
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Los sucesos de Barcelona, una previsible mezcla de ataque a la unidad nacional e intento de liquidación del orden jurídico-político de la nación española por algarada revolucionaria y violenta, quedarán sin duda frustrados, aunque a un coste que todavía no podemos calcular en todo orden de cosas, pero mi oficio no es el análisis político, sino el modesto comentario libre de un español enfrentado al desafío de ruptura de la unidad de su país, y de un receptor de noticias.

Obviamente, las autoridades españolas se encargarán de acabar con insurrecciones y barbaries y de establecer la paz pública, tal y como el Rey de España ha a asegurado, y la sociedad española irá sabiendo lo que realmente ha ocurrido para extraer de esos sucesos las necesarias consecuencias. Y, al decir «sociedad española» quiero decir todos nosotros, que hemos sido sometidos una vez más a una especie de objetos de experimento como el de «los perros de Pavlov» o el mucho más barato experimento «de la post-verdad», que significa que se puede fabricar una mentira que, tal y como ve las cosas el que miente adivina que es lo más lógico que suceda y hará verdad a su mentira dicha o escrita.

Pero lo cierto es que no sin necesarios experimentos ni manipulaciones bastante canallescos con la información, porque ésta va resultando cada vez más difícil y diríamos que como efecto o consecuencia inevitable de su superabundancia y, por lo tanto de su inflación y trivialización.

En otro tiempo y procedente del campo de la economía se llamó a la interpretación de este estado de cosas, «teoría de la menestra», explicando que si alguien muy hambriento se encuentra ante una buena cantidad de menestra, y come uno o dos platos, aplaca su hambre, pero, si come cinco, se muere. Y esto exactamente es lo que en el plano de cosas de la información sucede, porque. si el que busca información tuviera siempre unas pocas noticias, su cerebro podría cribarlas o cernerlas, que es compararas y criticarlas, pero si las noticias son muchas y hay hasta medias noticias o noticias prestigiadas de antemano, se hace imposible todo discernimiento. De manera que, ahora mismo, en tiempos de guerra los ejércitos ya no acuden a la necesaria censura, sino a la multiplicación de noticias de contenidos varios, y entonces todo sucede como si no hubiera ninguna noticias porque le es imposible al conocimiento humano atravesar esa selva de informaciones. Pero algo es indudable: ganarán las noticias con imágenes, e imágenes trágicas, incluso perfectamente extrañas a los sucesos a que quedan referidas, serán muy bien aceptadas.

Pero no deja de ser extraño que el empleo de esta mera arma de propaganda al noticiar los sucesos de Barcelona haya tenido credibilidad en ciertos ámbitos internacionales, lo que sólo se explica por la inclinación y hasta la complicidad de los receptores de estas noticias con un cierto «partí prís» de estos que supone una ideología o una mitología sobre una España negra y salvaje, e inferior a las Luces. Han transcurrido mas de cien años de los tiempos de la «Semana sangrienta» o de la «Ciutat cremá» y parece que en ciertas informaciones hasta se siente inocente nostalgia de aquello y, desde luego, de una épica. «Pero yo prefiero –le contestó un amigo a un colega periodista foráneo– que la épica la repongáis en tu país, y yo la cuento en octavas reales».

Todas estas cosas, sabidas y resabidas, han sido ahora ofrecidas por las mismas televisiones, y mi pregunta va en el sentido de qué pueden pensar y hasta qué punto pueden confiar las gentes en los «media», cuando comprueban que una víctima ensangrentada de una manifestación europea de hace unos años se ha ofrecido como víctima de la brutalidad de una supuesta represión de ahora mismo.

La mayoría de esas gentes no se hubieran atrevido a suponer que se hacían esas trampas tan canallas, pero su denuncia por los mismos medios de comunicación es un admirable y necesario aviso.