Alfredo Semprún
Venezuela: ahora sí, a construir el socialismo
Lo de Chávez era una chapuza ideológica, pero su sucesor, Maduro, tiene una ideología muy clara y no, precisamente, liberal.
Ciertamente, ha dejado Venezuela en la ruina y, lo que es peor, ha dividido a los venezolanos en dos facciones irreconciliables, pero Hugo Chávez nunca fue un tipo sanguinario. Ni siquiera tras el fallido golpe de estado que estuvo a punto de costarle la vida se excedió en las represalias. De ahí, que no parece muy adecuado que la última guardia de honor, una guardia especial, se la hicieran dos tipos como el presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko, y el de Irán, Mahmud Ahmadineyad, a quienes nunca les ha temblado la mano a la hora de ordenar penas de muerte. No. Al fin y al cabo, el «socialismo del siglo XXI» no era más que una chapuza ideológica, un ir tirando, a base de lemas, cartelería, censura y subvenciones para vestir de ideología un cacicazgo al viejo estilo espadón y criollo. Con Chávez, no lo duden, ha muerto el chavismo y lo que viene, encarnado en Nicolás Maduro, es otra cosa mucho peor: la transformación de la chapuza en un frío proceso científico, en el que nada se está dejando al azar. Por ejemplo, no cabe duda de que a Hugo le hubiera gustado descansar junto a Simón Bolívar en el Panteón Nacional. Se aduce que la Constitución venezolana no permite esa inhumación hasta que hayan transcurrido 25 años de la muerte del candidato, pero no hay que llamarse a engaño: unos tipos que se han saltado la Carta Magna a la medida de sus intereses hubieran llegado a desalojar al propio libertador de su tumba de haberlo considerado necesario. De hecho, Chávez no paró de darle vueltas al asunto hasta que logró abrir la tumba y manosear los huesos de su héroe, con la peregrina idea de que había muerto envenenado por una conspiración imperialista. No es que Simón Bolívar sea uno de mis personajes históricos favoritos, por aquello de la «guerra a muerte» y la infame matanza de españoles, la mayoría canarios, en La Guaira, pero su ideología liberal e ilustrada, y su fracaso político, hacen de él un modelo poco convincente para la fase de consolidación socialista ahora en marcha, que es lo que está en la mente de Nicolás Maduro. Embalsamado y expuesto, el hombre al que dejaron morir en una tremenda y prolongada agonía, les rendirá su último servicio, aunque sólo sea como placebo popular. Pero si el movimiento quiere permanecer en el poder ha de cambiar sus imperfectas estructuras de masas, siempre volubles, por una organización de cuadros, capaz de controlar todo el entramado institucional del Estado. Los mimbres están ahí. Sólo hay que tejer el cesto. Una vez depurada la función pública y la judicatura, proceso culminado tras el fracasado referéndum revocatorio –todos los funcionarios que habían firmado en favor de la convocatoria fueron expulsados, lista en mano– hay que garantizar la cooperación del Ejército y la Guardia Nacional. No parece que sea difícil llegar a una transacción con los altos mandos militares, promocionados en función de su fidelidad al jefe, pero quedan los oficiales de grado medio, algunos muy críticos con el reparto de las prebendas. En Venezuela, el Ejército está muy imbricado en la economía, hasta el punto de que se encarga de cobrar los impuestos, gestiona puerto y aeropuertos, y supervisa los ingentes fondos públicos destinados a las «misiones sociales». Son cientos de millones de dólares anuales con los que se subvencionan desde viviendas populares hasta subsidios de 300 euros mensuales para las madres solteras menores de 18 años. Un maná del petróleo que ha hecho también rica a la casta militar, poco dispuesta a renunciar a «su parte». Aunque en caso de fuerte resistencia, Maduro podría recurrir a las «milicias bolivarianas», integradas por 200.000 voluntarios, pero pésimamente encuadradas, esa opción hay que descartarla en una primera fase. Sólo si consigue hacerse con las riendas del poder y afirmarse en él, podría tratar de «renegociar» el status militar. Nicolás Maduro no tiene aún todos los triunfos, pero sí tiene un ideología definida, el socialismo de toda la vida, y la voluntad de llevar a cabo el proyecto. Nunca lo ha ocultado. Lo mismo acaba embalsamado, pero como los Kim.
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