Al portador
La vergüenza, el olvido y la memoria según Sánchez
Sánchez juega con la ventaja de la ausencia de complejos para alcanzar sus objetivos y que, claro, la vergüenza no va con él
Thomas S. Eliot (1888-1965), el poeta norteamericano más venerado, autor de «La tierra baldía», premio Nobel y algo así como el Lorca (1898-1936) estadounidense, pensaba que «los hombres viven del olvido». Fue discípulo en Harvard del filósofo español George Santayana (1863-1952), con toda su obra escrita en inglés, que creía que «la memoria es un intenso rumor». Frédéric Gros, francés, que es también filósofo y acaba de estar en España para promocionar su libro «La vergüenza es revolucionaria» le ha dicho a Macarena Gutiérrez en este periódico que «la vergüenza mueve a la humanidad» y también que «hay gente que no conoce la vergüenza porque no cesa de tratar de anclársela al prójimo». Olvido, memoria y vergüenza, tres de los pilares sobre los que, de forma consciente o inconsciente, Pedro Sánchez cimenta su política –con éxito– desde antes incluso de llegar a La Moncloa, pero sobre todo en los últimos tiempos y todo indica que también en el futuro.
Hoy, si no hay sorpresas, se celebra en Suiza la primera reunión entre Junts y el PSOE/Gobierno, con uno o varios «verificadores» de la fundación Henry Dunant, sin que por ahora tampoco se conozca ni quién ni cuánto les pagarán, porque nadie hace nada gratis, que se sepa. No hay precedente de que un gobierno democrático occidental negocie con un socio de Gobierno –eso es lo que es Puigdemont– en otro país y con un tercero, además extranjero, que levante acta –secreta, claro– de si se cumple lo pactado. Todo está en revisión y lo estará. Es la filosofía sanchista. Lo dijo él mismo en Televisión Española, «la amnistía no era el paso que quería dar, pero es coherente». Sánchez juega con la ventaja de la ausencia de complejos para alcanzar sus objetivos y que, claro, la vergüenza no va con él. Todavía más, como diría el filósofo Gros, intenta, y a veces consigue, que la vergüenza la sufran sus adversarios. El inquilino de La Moncloa también abraza las bazas del olvido y de la memoria. La legislatura, a pesar de los castillos en el aire que hacen algunos que confunden sus deseos con la realidad, será larga. Las elecciones intermedias hasta las generales no afectarán Sánchez salvo si son positivas para él y calcula con frialdad que, dentro de tres o cuatro años, cuando hay otra cita legislativa con las urnas, el olvido haya hecho su trabajo sobre la amnistía y otros asuntos y también que la memoria de su clientela histórica ahora más crítica se haya debilitado con el paso del tiempo, porque los electores también «viven del olvido» del que escribía T. S. Eliot.
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