Restringido

El mito de los dos cerebros

Según los científicos, es falso que el ser humano sólo emplee un 10% del área de la herramienta pensante

El cerebro consume más del 20% de la energía que generamos
El cerebro consume más del 20% de la energía que generamoslarazon

Una de las ciencias de las que más fascina opinar, se sea experto o profano, es la psicología. Cada uno de nosotros somos poseedores de un cerebro, lo llevamos pegado siempre, ahí en el espacio que nos queda entre las orejas, y por lo tanto nos parece que lo conocemos como si fuera nuestro propio hijo. Bueno, pues ocurre que, al igual que con nuestros hijos, ignoramos demasiadas cosas sobre cómo se comporta en realidad.

¿Sabían ustedes que el cerebro se divide en dos hemisferios y que cada uno de ellos tiene una función cognitiva? ¿ Si domina el hemisferio izquierdo estaremos ejecutando procesos más realistas, analíticos, prácticos y organizados; si domina el derecho nuestro comportamiento será más creativo, apasionado, sensual, poético...? Lo han oído hasta la saciedad, ¿verdad?... Pues es mentira. Las últimas investigaciones neurocientíficas parecen empeñadas en desterrar este mito de la bilateralidad del cerebro o, al menos, en suavizarlo un poco. Para entender cómo se comporta nuestra masa gris a la hora de generar procesos creativos deberíamos acudir a otro tipo de explicaciones más allá de la mitad del cerebro que más se nos haya desarrollado. La creatividad no pone en marcha sólo una parte de nuestras neuronas, las utiliza todas.

Lo que la ciencia sabe a la luz de los últimos datos es que para crear algo ponemos en juego diferentes regiones del cerebro y las hacemos trabajar en equipo. Dependiendo del tipo de tarea creativa unas regiones llevarán más el control del proceso que otras, pero la red no dejará de funcionar en conjunto. Por ejemplo, si tratamos de resolver un problema espacial (como meter los calcetines en la maleta repleta de ropa) el área viso-espacial tomará el mando. Si lo que queremos es elegir la palabra adecuada para conmover a nuestro interlocutor, lidera el proceso el área de Broca. Pero en todos los casos, según se observa en las investigaciones realizas con resonancias magnéticas funcionales (un aparato que puede leer la actividad del cerebro en tiempo real), participan grandes redes neuronales que trascienden la frontera de los dos hemisferios.

Otra creencia que seguro que también usted ha compartido en más de una ocasión: «Usamos sólo un 10 por 100 de nuestro cerebro. Si pudiéramos aumentar el área utilizada seríamos capaces de increíbles proezas mentales... de hecho hay seres humanos que pueden hacerlo». ¿Convincente, verdad?... Pues falso, también. ¿Qué se quiere sugerir cuando se habla de utilizar sólo el 10 por 100 de nuestra herramienta pensante? ¿Significa que sólo una de cada 10 neuronas está activada en cada momento? ¿Qué solo 1 de cada 10 centímetros cuadrados de superficie cerebral es realmente operativo? ¿Qué sólo es útil lo que hace nuestro cerebro 1 de cada 10 segundos del día?

El cerebro humano es una herramienta compleja. Es capaz de satisfacer nuestras necesidades en millones de acontecimientos cotidianos, desde lavarnos los dientes a rascarnos una rodilla, pasando por levantar la mano en el momento exacto en el que pasa el autobús que necesitamos parar o reconocer la voz de nuestro hijo entre la barahúnda de chillidos a la salida del colegio. Pero también se las apaña, en algunos casos, para componer sinfonías, restaurar catedrales o enviar naves espaciales a los confines del sistema solar. Es el centro de control de las emociones humanas, el depósito de las memorias, el procesador de las experiencias, el filtro de los disgustos, el vigía de los actos, el juez de los comportamientos. Y la ciencia, a decir verdad, no sabe cómo se las apaña para hacerlo.

El cerebro humano medio pesa entre 1.300 y 1.600 gramos y si su superficie estuviera extendida ocuparía un área de entre 18.000 y 22.000 centímetros cuadrados (posiblemente no cabría en el suelo de mi cuarto de baño). Se cree que en su interior alberga entre 22.000 y 100.000 millones de neuronas. La verdad es que el abanico es muy grande, pero hay estudios científicos para todos los gustos. Aunque supone sólo el 2% del peso medio de una persona, el cerebro consume más del 20% de la energía que generamos (unos 20 watios al día con una dieta de 2.400 kilocalorías). El principal combustible de nuestro órgano pensante es la glucosa. Si deja de recibir alimento durante sólo 10 minutos empezarán a producirse en él daños irreversibles. Ningún otro órgano del cuerpo tiene una dependencia energética tan urgente. Esto sucede porque, en realidad, el cerebro es una máquina en funcionamiento casi pleno las 24 horas del día. Lo cual no quiere decir que en cada momento de nuestras vidas el 100% de nuestras neuronas estén trabajando a la vez, pero los neurólogos han podido demostrar que usamos prácticamente la totalidad de nuestro órgano más preciado y, lo que es más importante, lo hacemos prácticamente la totalidad del tiempo.

En el simple acto de levantase del sofá para servirse un refresco el homo sapiens pone en marcha los lóbulos occipital y parietal, el córtex sensomotor, los ganglios basales, el cerebelo y el lóbulo frontal, por lo menos. ¿Tenemos entonces el cerebro siempre a pleno rendimiento? Probablemente no. En realidad ningún músculo del cuerpo se utiliza a plena potencia casi nunca (es incluso dudoso que lo consigan a menudo los atletas de élite), pero sin duda todo el aparato nervioso del órgano intracraneal está a nuestra disposición siempre que lo requerimos. Lo sabemos porque la ciencia nos ha dotado de maravillosas tecnologías capaces de observar el cerebro en funcionamiento casi en directo. Esta máquina humana no tiene salvapantallas, desconexión automática ni función de ahorro de energía. Y cada vez se sabe más sobre la impresionante cantidad de actividades que realiza incluso cuando, aparentemente, está en reposo. Pensar que este aparato prodigioso ha sido diseñado para ser utilizado sólo en un 10% o para manejarlo por partes desaprovechando su potencial es creer muy poco en el poder de la evolución sobre las especies... Y yo en eso creo mucho.