Restringido
Que muero porque no muero
Los pacientes que relatan sucesos paranormales están en fase de «vida mínima». Es decir, en una situación neurológica extrema que justificaría comportamientos cerebrales extraños
¿Qué se siente al morir? Pocas preguntas afectan como ésta al interés general de todos los ciudadanos del planeta y, sin embargo, pocas son tan largamente obviadas por nuestros temores, prejuicios o creencias religiosas. Sabemos que el último trance al que se enfrenta el ser humano nos expondrá sin remedio a nuestras incongruencias, a nuestras contradicciones o, al menos, así lo deseamos. Porque, a pesar del miedo y la desesperanza que nos produce el postrero adiós, en el fondo no hay nada que temamos más que despedirnos de esta vida sin ser conscientes del viaje sin retorno que estamos realizando. Por eso, las investigaciones científicas que se acercan al momento final llaman tanto nuestra atención, aunque demasiado a menudo sean meras especulaciones anecdóticas sobre datos poco conocidos, difícilmente contrastables.
Estado similar a la consciencia
Esta semana hemos conocido el trabajo sobre este tema de varios neurocientíficos de la Universidad de Michigan, en EE UU, empeñados en analizar la actividad cerebral en los momentos inmediatamente previos y posteriores a la defunción. Para ello, han investigado con ratones de laboratorio a los que se indujo un paro cardiaco. En los 30 segundos posteriores al momento en el que su corazón se detuvo, todos ellos experimentaron un pico de actividad cerebral observado en el registro de electroencefalograma que sugiere un estado mental altamente estimulado. Los científicos encontraron también patrones de actividad cerebral muy organizada en los segundos posteriores a la muerte por asfixia. Los resultados sugieren que la falta de oxígeno y de glucosa causadas por las asfixia o el infarto provocan una actividad cerebral similar a la de la consciencia. Esto podría explicar por qué el 20% de las personas que han sobrevivido a una crisis cardiaca relata haber sentido algún tipo de alucinación como la visión de una luz al final de un túnel.
Sin embargo, la gran debilidad de este estudio es que los científicos creen imposible poder extrapolar los resultados al ser humano. No tenemos la menor idea de cuáles son los procesos conscientes (si es que se pudieran siquiera llamar así) del cerebro de un roedor equiparables a los de un humano. Pero, al menos, se ha añadido un dato más al cuerpo de evidencias sobre los fenómenos que nos ocurren al morir.
Para algunos, estas experiencias son una fuente de evidencia sobre la existencia de una vida de ultratumba. Para otros (la mayoría de los neurocientíficos, por ejemplo) no son más que fenómenos alucinatorios provocados por el deterioro del cerebro moribundo y su interés reside en que nos aportan datos estremecedores sobre el poder sugestivo de las neuronas.
Pero existe una tercera vía para entender el fenómeno. Las experiencias cercanas a la muerte no son ni huellas del más allá ni meros subproductos de la mente deteriorada. Puede que se trate de una manifestación exquisita de la psique humana, a la que hay que abordar desde la neurología, la química y la psicología, y que arroja conclusiones mucho más apasionantes que el más vívido de los sueños. Quienes las viven las experimentan como absolutamente reales y sus vidas quedan transformadas para siempre después del suceso. Son una puerta abierta a un mejor entendimiento de la naturaleza humana, de la mente, de la conciencia y del yo.
En España, Alberto del Arco y Gregorio Segovia (del Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid), Alberto Porras-Cahavarino (de la Unidad Médica Pfizer de Madrid) y Rodrigo Martínez (de la Unidad de Neurología Experimental del Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo) unieron sus esfuerzos para poner algo de sentido médico en un tema tan proclive a la hipérbole paranormal. En su trabajo «Experiencias no tan cercanas a la muerte» (El escéptico, N. 22), los autores introducen una pertinente reflexión sobre el propio hecho biológico el deceso. Es sabido que, actualmente, se define como muerte el cese permanente o irreversible de las funciones básicas del organismo, como un todo. Esto incluye el control cerebral de la respiración y la circulación, la regulación neuroendocrina y homeostática y la conciencia. «En definitiva –advierten–, la muerte es igual a muerte cerebral».
Teniendo esto en cuenta, la muerte es un proceso evidentemente irreversible del que nadie puede regresar. De manera que es muy probable que en muchos de los casos relatados en realidad nos hallemos ante un mal diagnóstico de muerte. El dato es importante porque introduce un estado biológico excepcional en buena parte de los pacientes que relatan experiencias paranormales: se encuentran en fase de «muerte aparente» o, mejor dicho, de «vida mínima». Estos estados se describen, a menudo, en personas que sufren paradas cardiorrespiratorias y en enfermos en estado vegetativo en los que no hay muerte cerebral, pero el metabolismo encefálico se reduce hasta un 50%. En otras palabras, estos individuos se encuentran en una situación bioquímica y neurológica extrema que justificaría comportamientos cerebrales altamente extraños... ¡Quién sabe! Quizás aún queden muchos misterios por resolver en la frontera difusa entre la vida y la muerte.
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