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Dos papas santos

Coherencia labrada en el corazón

«Nunca engañó, nunca mintió. Se comunicó con su pueblo porque era un hombre de Dios». El Papa Francisco, entonces arzobispo de Buenos Aires, dedicó esta homilía a Juan Pablo II el día de su muerte

El de Juan Pablo II fue el entierro más multitudinario de un Papa. El 8 de abril de 2005 se celebró en El Vaticano y a él acudieron más de 1,5 millones de personas procedentes de todos los rincones del mundo
El de Juan Pablo II fue el entierro más multitudinario de un Papa. El 8 de abril de 2005 se celebró en El Vaticano y a él acudieron más de 1,5 millones de personas procedentes de todos los rincones del mundolarazon

La Virgen María se entronca en esa larga fila de la historia, de hombres y mujeres que le dijeron a Dios que sí y que en su vida llevaron adelante esa actitud obediencial. Una fila de hombres y mujeres que comenzó el día que nuestro padre Abraham salió de su casa sin saber a dónde iba. Obedeció y creyó. Y hoy, solemnidad de la Encarnación del Verbo, el Hijo de Dios también comienza este camino histórico. Sale, cabe el Padre, para hacer su voluntad. «Tú no has querido sacrificios ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. Entonces dije: ''Aquí estoy''. Yo vengo para hacer, Dios, tu voluntad». Y María a su vez dice: «Que se haga en mí según tu voluntad». Actitud obediencial de un caminante, de una caminante, de quien empieza a andar el camino; y en el caso del Señor, actitud obediencial profetizada en Isaías: «Mirad, la Virgen está embarazada y dará a luz un hijo y lo llamará con el nombre de Emmanuel, que quiere decir ''Dios con nosotros"». Dios se mete en esta caravana humana, se mete en este camino y sigue avanzado con nosotros, y Dios se va metiendo en las rendijas de nuestra existencia, es uno más de los nuestros. El Verbo es ungido, y antes de ser ungido con el aceite de la elección es ungido con nuestra carne «para hacer tu voluntad» y así comienza el camino de Cristo. «Para hacer tu voluntad», y al final en las horas más críticas de su vida a punto de ser tomado preso siente esa profunda agonía en la soledad del monte y en la soledad de su corazón: «Padre, que no se haga lo que yo quiero sino tu voluntad». Coherencia obediencial de una vocación. Coherencia de aquél que se siente llamado y obedece ese llamado y camina según ese llamado, y es uno que camina con nosotros. La cercanía, la proximidad de Dios caminando con nosotros.

«Yo he sido enviado, he sido ungido con el óleo de la alegría», dice el Señor. Para liberar cautivos, para dar vista a los ciegos, para curar leprosos, para hacer andar a los débiles de rodillas. Ungido para caminar junto a toda limitación humana, a todo gozo humano, a toda miseria humana; ungido con la autoridad de servicio de Aquél que vino a caminar, a ser Emmanuel, Dios con nosotros para servir. La actitud obediencial de Cristo: «Me diste un cuerpo y yo dije aquí estoy para hacer tu voluntad». Es el meollo de la coherencia, y no digo sólo de coherencia cristiana sino de coherencia humana. Y hoy en esta solemnidad de la Anunciación del Señor celebramos esta coherencia.

Dios quiso ser coherente y nos marca el camino de la coherencia. María es coherente y nos marca el camino de la coherencia, hace lo que cree, proclama lo que cree, realiza lo que cree. Y no sólo coherencia trascendental sino dentro de sí misma. Cristo piensa coherentemente porque piensa lo que siente y lo que hace. Siente coherentemente porque siente lo que piensa y lo que hace. Obra coherentemente porque hace lo que siente y lo que piensa. Coherencia obediencial, coherencia transparente, coherencia que no tiene nada que ocultar, coherencia que es pura bondad y que vence al mal con ese bien coherente de haberse ofrecido «para hacer tu voluntad», le dice al Padre.

Y en esta fiesta de la Anunciación del Señor recordamos a otro gran coherente. Decía esta escritora argentina, cuyo texto leimos al comenzar la misa: «Con este coherentetermina el siglo XX». Juan Pablo II simplemente fue coherente, nunca engañó, nunca mintió, nunca «chicaneó». Juan Pablo se comunicó con su pueblo, con la coherencia de un hombre de Dios, con la coherencia de aquel que todas las mañanas pasaba largas horas en adoración, y porque adoraba, se dejaba armonizar por la fuerza de Dios. La coherencia no se compra, la coherencia no se estudia en ninguna carrera. La coherencia se va labrando en el corazón, con la adoración, con la unción al servicio de los demás y con la rectitud de conducta. Sin mentiras, sin engaños, sin doblez. Jesús dijo de Natanael una vez cuando venían caminando: «Aquí tienen a un israelita derecho, sin doblez». Creo que lo podemos decir de Juan Pablo, el coherente. Pero era coherente porque se dejó cincelar por la voluntad de Dios. Se dejó humillar por la voluntad de Dios. Dejó que creciera en su alma esa actitud obediencial que tuvo nuestro padre Abraham y desde allí todos los que lo siguieron. Recordamos a un hombre coherente que una vez nos dijo que este siglo no necesita de maestros, necesita de testigos, y el coherente es un testigo. Un hombre que pone su carne en el asador y avala con su carne y con su vida entera, con su transparencia, aquello que predica.

En el día de la proclamación de esta coherencia obediencial en la encarnación del Verbo miramos a este coherente. Este coherente que por pura coherencia se embarró las manos, nos salvó de una masacre fraticida; este coherente que gozaba tomando a los chicos en brazos porque creía en la ternura. Este coherente que más de una vez hizo traer a los hombres de la calle, acá decimos «linyeras», de la Plaza Risorgimento para hablarles y darles una nueva condición de vida. Este coherente que cuando se sintió bien de salud pidió permiso para ir a la cárcel a hablar con el hombre que había intentado matarlo. Es un testigo. Termino repitiendo sus palabras: «Lo que necesita este siglo no son maestros, son testigos». Y en la encarnación del Verbo, Cristo es el testigo fiel. Hoy vemos en Juan Pablo una imitación de este testigo fiel. Y agradecemos que haya terminado su vida así, coherentemente, que haya terminado su vida siendo simplemente eso: un testigo fiel.

«Vivió todas las virtudes heroicamente»

A los pocos meses del fallecimiento de Juan Pablo II en abril del 2005, el cardenal Jorge Bergoglio comparecía ante el tribunal de la diócesis de Roma encargado de estudiar su posible beatificación. Su testimonio refleja el profundo impacto de Juan Pablo II en su sucesor. Tras cinco años al frente de los jesuitas de Argentina, Bergoglio quedó deslumbrado por Juan Pablo II la primera vez que lo vio en diciembre de 1979: «Participé en el rezo de un Rosario que él dirigía, y tuve la impresión de que rezaba en serio. Lo hacía con mucha intensidad». Pero lo que le impresionó más fue un rasgo muy típico de Juan Pablo II: «He podido confirmar su deseo de escuchar a su interlocutor sin hacer preguntas». Bergoglio pedía entonces su elevación a los altares sin dudar («Vivía todas las virtudes de forma heroica»), sin saber que pocos años después él mismo presidiría su canonización.